Domingo 29 de agosto de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga
asaenz@liturgo.org

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Cualquiera podría pensar que Jesús hoy nos da lecciones de etiqueta. El Evangelio dice que Él fue invitado a comer en casa de un fariseo y que al ver cómo los invitados buscaban los primeros puestos, nos da una lección práctica acentuando la humildad. Nos dice: “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar”.

Jesús no quiere que busquemos los primeros puestos. Ser muy importantes, muy ricos o poderosos, o cualquier otra característica que nos haga visibles, no debe ser usado por nosotros como si fuéramos pavos reales. Al contrario, la madurez debe llevarnos a rechazar esas tonterías, evitando los aspavientos.

Y para que entendamos que Jesús no busca enseñarnos buenos modales, sino luces para vivir nuestra vida, dice al que lo invitó algo que quizá lo dejó sorprendido, defraudado y muy confundido: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa”.

La afirmación de Jesús es controversial. Y es que si la gente invita a alguien a su casa es precisamente para ser correspondido, provocar intercambio de invitaciones. Jesús quiere mostrarnos que la vida no es algo protocolar, sino una serie de acontecimientos fraternos y relacionados con la compasión. Es urgente que atendamos hoy a quien tiene necesidades hoy.

Por eso, debemos hacer las cosas, no para que nos las recompensen en la tierra sino en el cielo. Qué bonito escuchar a los hermanos decir: “Que Dios se lo pague”. Cuando una persona nos dice eso es porque, por fe, confía en que Dios nos pagará el favor que le hacemos. Curiosamente, aun si quien nos pide ayuda estuviera mintiendo, de igual manera Dios queda comprometido con nosotros al haber ayudado en su nombre. Él pagará, no midiendo la sinceridad del que pide, sino la sinceridad del que da.

Y, de paso, nunca nos auto glorifiquemos porque, dice el Señor, “el que se ensalza será humillado”. No hagamos nada por vanidad.

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