Domingo 12 de diciembre de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

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Yo envío a mi mensajero delante de ti.

Los creyentes sabemos que no existió en la historia ningún proyecto mejor preparado, mejor ajustado, que la redención de la humanidad.

Estamos hablando de un planteamiento hecho por Dios, primero a un pueblo prototipo, y luego a toda la humanidad, de una salvación que venía de él y a él nos conduciría.

Todo este proyecto salvífico alcanza el punto culminante para el antiguo testamento en la figura de un profeta muy particular, casi un fanático, cuyo rigorismo marcó, no sólo la historia de Israel, sino la historia misma de la humanidad de aquel tiempo: Juan el Bautista.

Ahora bien, cumplida su misión, Juan está encarcelado y oye hablar de los progresos del mesías al que señaló presente entre las gentes. Pero hay cosas que no le cuadran, que no le encajan en su modelo profético y por ello, quizás lleno de angustia, manda preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.

Como es su costumbre, Jesús responde con un enigma: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen. Los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres”. Con esto, Juan el Bautista aprenderá que los días del mesías sí que han llegado y podrá morir en paz.

Por su parte, Jesús combina a la multitud a reconocer que fue lo que los atrajo a la personalidad de Juan el Bautista. Evidentemente, cuando no era una caña agitada por el viento, tampoco era un hombre vestido con refinamiento.

Las multitudes fueron a ver un profeta. Pero Jesús les agrega que cuando era más que un profeta, porque de él está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Con estas palabras, Jesús proclama a Juan el Bautista su precursor, el más grande, por cuanto no sólo anuncia al mesías sino que, por encima de todos los profetas del antiguo testamento él lo ha podido ver a los ojos y lo ha bautizado.

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