Carlos Freer, cineasta
cfreervalle@gmail.com

         

Mañana 21 de octubre se cumplen 50 años del cuarto y último debate por televisión entre John F. Kennedy y Richard Nixon, en la campaña por la presidencia de Estados Unidos, que culminaría el 8 de noviembre de 1960.

Este cuarto debate fue catalogado como el mejor que se dio y se consideró como un empate. Sin embargo, “el daño” ya estaba hecho desde el primer debate, el 26 de setiembre de ese mismo año, con un récord de audiencia de 70 millones de espectadores.

Ese día, un fresco y bronceado Kennedy (venía de hacer campaña en California), se enfrentó a un demacrado y seriote Nixon (venía de convalecer de un problema serio en la rodilla, que lo mantuvo postrado).

La mayoría de los 70 millones consideró que Kennedy había hecho mejor las cosas. No obstante, una menor cantidad que escuchó el debate por la radio, pensó que el vencedor había sido Nixon. ¿Cuál era la diferencia? Que los que consideraban vencedor a Kennedy lo habían visto, cómo lucía, cómo gesticulaba, cómo sonreía.

A los de la radio no les había quedado más remedio que poner atención. Por esos días se atribuyó a la magia de la televisión haber cambiado el derrotero de la campaña. Hoy, 50 años después, se piensa que el gran logro de Kennedy fue afianzar el apoyo entre los demócratas, que de todas maneras la habrían dado el escaso margen de triunfo (poco más de 100 mil votos populares en un total de casi 80 millones) con que llegó a sus mil días en la presidencia.