Ana Coralia Fernández, periodista
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Esto de los “reality shows” no deja de sorprenderme, por lo irónicos que resultan: un grupo de personas sacando en primer plano su “espíritu competitivo”, orgullosos de eliminar a otros del equipo por un premio, un carro y la triste notoriedad de ser el que más aguante en un caldo de gente, en una isla incomunicada o en una casa cerrada.

¡Ya quisieran los 33 mineros chilenos atrapados 700 metros bajo tierra, estar un minuto con los suyos, tener la libertad de darles un abrazo a sus hijos y la ingenua felicidad de moverse por la calle y pegarse una buena estirada porque ya salieron del hueco!

Pero parece que tiene más “rating” que voluntariamente la gente “se apunte” al sufrimiento sin sentido por lo material a que se enrole en algo más productivo por una compensación invisible.

Si no, que lo digan todos los altruistas del mundo, quienes voluntariamente y sin pago alguno, ayudan, construyen, reparan, alimentan y curan.

¿Por qué no harán una competencia para ver quién rescata más niños, hijos de la guerra, en Irak, quién alivia el llanto y la desnutrición de los bebés en la India o salva de la sed y la muerte a las familias en África?

No vayamos tan largo: ¿Por qué no les damos un premio a quienes se queden más días en el asilo de ancianos más abandonado leyéndoles y acompañando a los viejos que nunca tienen visita? La vida, a secas, es el mejor “reality show”.