Julio Peña - Rodolfo Martín
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Nicoya, Guanacaste.- “Cuando en el hospital nos dicen que no hay opción de salvarlo, que volvamos a la casa a preparar todo me dije: ‘tengo un Dios que es más grande que este problema y él guiará a los médicos para salvar a mi hijo y así fue’”, dice Francisco Díaz, padre de Warren.
Es la madrugada del martes 8, en urgencias del hospital de La Anexión, los médicos libran una fiera batalla por salvarle la vida a Warren Díaz Moya de 18 años. Mientras tanto afuera, en el pasillo, sus padres Francisco y Elizabeth, oran por un milagro.
Unas horas antes, Díaz y otros siete “improvisados”, habían pagado caro su osadía de desafiar en el redondel San Blas de Nicoya al temido toro El Matapalo, de la centenaria hacienda La Pinta de Cañafístula, de Santa Cruz.
El imponente animal, de 700 kilos de peso, de impresionante cornamenta y de una bravura endemoniada, defendió a muerte el pañuelo con ¢25 mil amarrado a uno de sus cachos.
La peor cornada la sufrió el joven Díaz, cuya familia, vecina de San Antonio de Coronado, se había mudado a la tranquilidad de Moracia de Nicoya. Warren convalece en la cama 100b en cirugía de hombres en el hospital de La Anexión en Nicoya, donde tiene como compañeros a los otros corneados por el furioso Matapalo.
“Venimos con muchas ilusiones, él nunca había tocado ni el rabo de una chancha y cayó en la trampa de querer tocar esa bestia, que ya vimos no es para que se juegue así”, dijo con profundo dolor doña Elizabeth.
Esa noche, con los tablados, barrera y redondel abarrotados de un público enardecido por la presencia del toro, Matapalo fue más letal que nunca.
Adolfo Sáenz, vocero de la Cruz Roja informó que ocho personas fueron embestidas por el animal, cuatro de ellas en condición delicada, por la gravedad de las heridas propinadas por los cachos del furioso toro.
“Fue crítica la situación, porque todos eran pacientes con perforaciones importantes a nivel de intestinos, tórax, recto, glúteos y exposición de vísceras”.
Díaz, estudiante de inglés y de informática en el INA, había logrado dos veces esquivar al “Carnicero” de Cañafístula, sin embargo a la tercera, la fiera fue con él y esta vez no perdonó.
A lo largo de unos 10 metros el toro desplegó su descomunal fuerza; con el animal pisándole los talones, Díaz corrió para ponerse a salvo, pero no lo logró y recibió la grave cornada.
Un grito de terror salió de la garganta de los presentes, cuando a la carrera el animal embestía, llevando en su cacho el cuerpo de Díaz, la cornada fue salvaje, lacerando las costillas, destruyendo el diafragma, partiendo el hígado y perforando el pulmón.
La “carnicería” de “El Matapalo” pudo evitarse, dijo Glen S. Wells, experto en organizar espectáculos taurinos. A su juicio el reglamento de actividades taurinas, define claramente las condiciones bajo las cuales se tiene que jugar un toro de este tipo.
“El toro puntal, sin mocharse y sin chupones protectores no se juega. Además, no había toreros profesionales para ayudar a los improvisados y la póliza que cubre estas eventualidades tampoco se hizo efectiva”, dijo. A su juicio, los municipios y el ministerio de Salud deben exigir ese respaldo para los improvisados.
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