Ana Coralia Fernández
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Los dos fieles a sus amos, pero colocados a uno y otro lado de lo justo, demostraron que el amor es ciego, loco, incondicional, apasionado, arriesgado y tiene sus recompensas cuando se va por el buen camino.
Luna, una perrita callejera, adoptada por el dueño de una venta de repuestos en Tibás. Ella, agradecida por el techo y la comida (cosa que a veces los humanos olvidamos agradecer a Dios o a quien nos lo dé), decidió avisarle a cualquiera que quiera acercarse a su amo a saludar o a matar, que ella enseñaría los dientes y las garras, su pelo erizo en el lomo y sobre todo su ira para impedirlo.
Y así fue. La semana pasada unos sujetos intentaron asaltar el local y ella se avalanzó sobre el tipo que tenía el arma a riesgo de que un tiro intencionado acabara con su vida o con la de su dueño y la maniobra permitió que su jefe desarmara al tipo y se pudiera defender. Resultado: uno de los asaltantes en prisión y buena ración de pollo para Luna que lamió el rostro de su amo en beso canino.
El perico por su parte, era propiedad de un sujeto que al parecer, cometía algunos ilícitos. Cuando llegó la autoridad empezó a gritar, a voz en pico: “¡policía, policía, urria, policía!”.
El tipo salió corriendo y en la fuga fue atrapado. Resultado: su dueño a prisión y el perico con “jaula preventiva” por “sapo”.
Sin duda animales asombrosos. El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.
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