Cientos de personas en todo el país ayer interrumpieron su día para recordar, frente a las lápidas, a aquellos seres queridos que ya no les acompañan.
En el Día de Los Santos Difuntos, muchos de los nichos lucían flores multicolor y los callejones de los cementerios permanecieron llenos de personas que reciben comisiones por limpiar o adornar.
Tal es el caso de Antonio Solano, de 74 años, quien ayer tuvo más trabajo de lo usual. Desde hace casi medio siglo, él se gana la vida en el cementerio de Cartago.
Mercedes y Grace Torres fueron a visitar las tumbas de sus padres y abuelos tras la misa ofrecida en el Cementerio Obrero, en San José. Ellas acuden varias veces al año en procura de que las fosas estén decoradas.
“Uno quiere que le hagan lo mismo el día de mañana. Yo le digo a mis hijos que me den las flores ahora que las puedo disfrutar”, dijo doña Mercedes.
La madre de Marianela Shaw murió hace tres años en Estados Unidos. Debido a los costos de traslado del cuerpo, prefirió cremarlo y depositar la vasija en el cenizario del Templo Votivo, en barrio Francisco Peralta, San José. Con solemnidad, ayer visitó el nicho junto a su esposo, Herbert Wolf, tal como lo acostumbran cada 2 de noviembre.
La sancarleña Margarita Sáenz llegó al cementerio municipal sin más compañía que un arreglo floral que colocó sobre la tumba donde posan los restos de sus padres. Ahí se arrodilló.
“Los años pasan, pero los recuerdos permanecen”, explicó.
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