Domingo 15 de abril de 2012, Costa Rica

Flora Mena Pérez

Curandera del pueblo

Por Neyssa Calvo Achoy

ncalvo@aldia.co.cr

Lo que para muchos puede ser solo monte, para Flora Mena es un tesoro invaluable.

Su casa, en la reserva de Quitirrí del cantón de Mora está rodeada de plantas que ella misma ha sembrado para sacar su esencia y poder medicinal.

Dice que sus conocimientos los aprendió en el bosque de la mano de su abuelita Antonia Hernández, indígena conocida en la zona como la curandera.

“Yo tenía como cuatro o cinco años cuando empezó a enseñarme en la montaña todo sobre las plantas desde su olor, textura y su función”, destacó Mena.

Contó que muchos fueron los que tocaron a la puerta de Antonia en busca de salud mediante el uso de plantas medicinales, pues no habían doctores ni hospitales cerca.

Hoy por hoy, la puerta que tocan es la suya e incluso gente de varios puntos del país.

Con el paso del tiempo, Mena perfeccionó el negocio familiar, pues logró con ayuda de un préstamo montar un laboratorio para darle un producto más terminado a sus clientes.

Antes solo vendía los rollitos de hierbas para ser preparados por infusión. Y ahora se la

pasa horas entre las cuatro paredes de su laboratorio haciendo los medicamentos para combatir la migraña, el dolor de estómago, la sinusitis, la anemia y el estrés, entre otros.

Ahí no solo prepara jarabes, sino también ungüentos, por ejemplo tiene uno hecho con 14 clases de semillas para aliviar la artritis, reumatismo, inflamación y dolor en las articulaciones y músculos.

También ofrece en su microempresa familiar jabones para el cuerpo y ropa que despiden el aroma de las hierbas.

Camino cuesta arriba

El camino de esta mujer no ha sido fácil, pero es un ejemplo de que se puede salir adelante de la adversidad.

Con la frente en alto dice que sacó sola a sus tres hijos, pues su esposo la dejó luego de 10 años de casada.

Ya todos crecieron, pero para verlos vendió plantas, limpió casas y tuvo que coser ajeno mucho tiempo.

Hoy, le dice a las mujeres que velan por sus hogares que el primer paso para surgir es creer que valen como el oro.