Amado Hidalgo
Periodista
Maradona no es de los mejores entrenadores del mundo. Ni siquiera es un entrenador. Pero posiblemente es el hombre que necesita Argentina, para retomar su senda de equipo victorioso en las eliminatorias rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010, donde actualmente son cuartos, a siete puntos del líder Paraguay.
Diego Armando es una de las pocas figuras del fútbol que puede unir a todo un país alrededor de su Selección Nacional.
En un país dividido por los menotistas y bilardistas, Maradona es capaz de borrar esas diferencias y unificar las pasiones alrededor de su figura, la del genio futbolístico que ayer los convocó en las calles de cada rincón, a festejar el título de campeones del mundo.
Al Diego le perdonan no tener credencial de técnico, como le han disculpado todos los excesos de su conflictiva vida, convirtiéndolo a veces en mártir y siempre en Dios del balón.
Y aunque detrás suyo estará Bilardo, quien posiblemente sea el ideólogo y la mano que mueva los hilos del equipo albiceleste, la gloria será suya.
Falta por saber si ese pueblo maradoniano será capaz de endosarle el fracaso, en el evento de suceder.
El culto al “Pelusa”, al “Pibe de Oro”, ahora será trasladado a la Selección.
Si se mantiene cuerdo y alejado de vicios y malos amigos, y deja que Bilardo le hable al oído, puede ser la mano mágica, que haga crecer hasta la epopeya a esta generación del Messi y de su yerno Agüero.
Si cae presa de los aduladores que siempre pululan a su alrededor, si vuelve a caer víctima de la egolatría, de los vicios y de los delirios, esa camiseta de entrenador nacional puede ser la mortaja en que entierren su mito.
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