Esteban Rojas Sáurez
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San Miguel - “No pudimos correr, el terremoto no nos dio tiempo, en un abrir y cerrar de ojos teníamos la casa encima y la ropa manchada con sangre, no sabía si mis seres queridos estaban vivos”, así recuerda Miguel Ángel Marín, el terremoto de 6,2 grados que hace un mes destruyó Cinchona de Sarapiquí.
Hoy, él y su familia son parte de las 54 personas que permanecen en el albergue de San Miguel de Sarapiquí.
“Los temblores no nos dejan dormir, apenas el suelo se mueve un poco, le pasan a uno por la cabeza las imágenes de destrucción, todo quedó hecho pedazos” comentó Marín.
El miércoles por la noche cuatro sismos hicieron que el temor y la angustia atrapara de nuevo a los vecinos de Cinchona, Poasito, Fraijanes, Vara Blanca y Sarapiquí, que fueron las zonas más afectadas por el terremoto que dejó 23 fallecidos y siete desaparecidos, así como más de $100 millones (¢56 mil millones), en perdidas materiales.
Después de un mes de la tragedia, muchas familias han preferido dejar la zona y reiniciar su vida en otra parte.
Cinchona se convirtió en un pueblo fantasma, primero el sismo y ahora las fuertes lluvias generaron una serie de deslizamientos que impiden el acceso, a esta zona de Sarapiquí.
El jueves por la tarde no se podía cruzar el puente sobre el río Ángel, ya que las cabezas de agua bajaban con mucha fuerza.
En el cauce se podían ver los troncos y en la orilla se escuchaban los derrumbes.
El lunes anterior, unas 40 personas ingresaron a tratar de recuperar parte de sus pertenencias.
“La vida nos cambió por completo, ver el lugar en el que uno vivió toda su vida en el suelo es difícil. No quiero llevarme muchas cosas, hay que dejar enterrados los recuerdos, ahora no tenemos nada y estamos sin trabajo”, comentó Calixto Guzmán, quien era vecino de Cinchona, mientras quemaba algunas cosas que quería dejar atrás.
Carlos Luis Salazar caminó el lunes más de un kilómetro para poder sacar parte de sus pertenencias de Cinchona. “Es difícil ver cómo quedó todo, pero lo peor es que algunos se aprovechan del dolor y se meten a robar”.
En el sector de Cariblanco, las casas quebradas en los barrancos son la evidencia de la furia de la naturaleza.
Los albergues se están cerrando y decenas de familias que estaban en ellos, han tendido que buscar casas para alquilar con la ayuda de los funcionarios del IMAS.
“Nos dijeron que tenemos tiempo hasta el martes para dejar la escuela de San Miguel, porque ya van a empezar las clases”, indicó Nidia Borges.
La preocupación de los albergados es que la ayuda del IMAS es por tres meses.
“¿Qué vamos a hacer después de ese tiempo?, No quiero ni pensarlo”, comentó Miguel Ángel Marín.
Xinia Guerrero, de la Comisión Nacional de Emergencias, señaló que las personas que estaban albergadas en La Virgen de Sarapiquí encontraron casas de alquiler en La Virgen, Chilamate y la comunidad de San Miguel.
Muchos de los antiguos pobladores de Cinchona trabajaban para la fábrica El Ángel, donde se les abre una luz de esperanza, ya que pronto estará operando de nuevo. (Ver nota aparte).
Reinaldo Pérez perdió a su hija, a su nieta y a su yerno y ahora solo espera que Dios lo ayude a salir adelante y a encontrar un buen trabajo.
Idania Pérez, Norlan Flores y la hija de ambos, Hannia, fueron arrastrados por una cabeza de agua en el río Ángel. “Es muy doloroso no poderles dar sepultura”, lamenta don Reinaldo.
“No podemos echar atrás ni desmayar, hay que tratar de seguir adelante. Solo Dios es el que nos fortalece, si no es por él yo no sé qué hubiéramos hecho para soportar el dolor”.
“Tengo muchos buenos recuerdos, mi hija era una persona muy especial, era alguien muy humilde y muy importante”, recordó con lágrimas en los ojos.
Pérez tiene la esperanza de que el Gobierno le ayude a conseguir una casa, para rehacer su vida.
El presidente Óscar Arias se mostró preocupado por la lentitud de los trámites para reubicar a las familias afectadas.
“Lamentablemente, aquí nada se puede hacer rápido” sentenció el viernes el mandatario.
La fábrica El Ángel ya está trabajando en una nueva ubicación, en Ujarrás de Sarapiquí, cerca del río El Ángel.
Ricardo Díaz, uno de los socios de la industria, le comentó a Al Día que se está trabajando en una bodega que acondicionaron con parte de los equipos.
“Estamos iniciando algunos procesos de las líneas que son más importantes para nosotros como son la leche condensada, el dulce de leche, pulpas, mermeladas y salsa de tomate. En mes y medio esperamos ya estar procesando”, comentó Díaz.
120 de los 280 operarios de la planta de alimentos están laborando en la reconstrucción de las instalaciones.
“A ellos se les está pagando dos meses de salario y hay un autobús que va desde la nueva planta hasta los albergues para movilizar a la gente”, señaló Díaz.
Añadió que el Gobierno les está ayudando con los permisos de operación de las nuevas instalaciones.
El trabajo no para en la ganadería El Recreo, en Cariblanco, pero ya no es como antes, faltan manos para el ordeño de las 40 vacas.
Gilberto Ruiz recordó que tras los temblores, uno de sus compañeros de labores decidió no volver. “Muchos tienen miedo, pero uno qué puede hacer, hay que seguir trabajando”.
Con una sonrisa nerviosa, comentó que por dicha tiene trabajo y que sus amigos se encuentran bien.
“Es duro saber que falleció tanta gente, las personas de por aquí creen que la montaña se puede caer en cualquier momento”.
En la finca, el ganado también sufrió por el sismo, algunas reses murieron.
Gran parte del comercio que existía en la carretera que va a la catarata del Ángel cerró sus puertas por los daños en la infraestructura y otros por la falta de visitantes.
Mientras que los que lograron permanecer abiertos afirman que las ventas se han mantenido estables, gracias a los trabajos que se realizan en la zona.
Edgar Chinchilla, corresponsal
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Vanessa Cordero Sánchez, de 30 años, es la maestra del kínder de Cinchona.
Hasta allá viajaba todos los días para impartir lecciones, desde su casa en San Francisco de Dos Ríos.
“Ahora no sabemos dónde vamos a empezar las clases, los niños están atemorizados por los constantes temblores, pero hay que salir adelante”, asegura la maestra.
“Hasta hoy (el lunes) pude ingresar, son sentimientos encontrados, es muy difícil ver el paisaje y ver que no es el mismo que una dejó”, comentó con tristeza.
La escuela de Cinchona fue fundada en 1950. El año pasado tenía 54 alumnos y tres maestros. Contaba con tres aulas, un salón de actos y los baños, que luego del terremoto quedaron a 200 metros.
“No puedo dejar de pensar en los niños que murieron, muchos no eran mis alumnos, pero los conocía”.
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