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Domingo 10 de abril de 2011, San José, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
saenz@liturgo.or

Dios es un Dios de vivos. Los muertos van a resucitar.

Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera vivirá. ¿Crees esto?

En el domingo V de Cuaresma, el tercer segmento bautismal nos enseña que, para enfrentar al más temible de nuestros enemigos, la muerte, debemos acudir a Cristo.

Lázaro, amigo de Jesús, vive en Betania. Está enfermo. Pero Jesús no acude a curarle ni atiende las llamadas de las hermanas del enfermo. Sólo dice: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

La muerte es fruto del pecado que nos derrota y anula. Pero hoy la muerte servirá a Jesús para revelar su misión: él viene a conjurarla. Dios nos da respuesta en nuestra misma naturaleza.

“Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto, reprocha Marta. Pero Jesús le dará el argumento divino: “Tu hermano resucitará”, dijo: “Soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”.

Creer en Cristo, aceptarlo y asumirlo como Señor y redentor, es imprescindible para la vida eterna. Nos impresiona la respuesta de la mujer: proclama su fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Por ello Jesús anticipa su victoria sobre la muerte.

Pero, “ya huele”, dicen, lleva cuatro días allí, está realmente muerto. Por fin acceden y Jesús, orando al Padre, asume con majestad las riendas de la vida de la que es dueño, y grita: «¡Lázaro, ven afuera!». Y el muerto vuelve a la vida y sale del sepulcro. Tiene los pies y las manos atados

con vendas, y el rostro cubierto por un sudario.

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