Permítame retomar unas líneas de una vieja columna escrita por este mortal: Cuando vi aquella frase por primera vez me pareció tan artificial, sobre todo firmada por un hombre recién llegado a Saprissa, ajeno a toda la historia previa, los sinsabores y los festejos. “El significado de Saprissa no se encuentra en el diccionario, se encuentra en el alma”, decía aquella valla. Firma: Jorge Vergara.
No sé de dónde la sacó -decía entonces- si él se la inventó o lo hizo alguna agencia publicitaria. No sé si lo dijo por lo que vio, sintió o le contaron, pero hoy, igual que ayer, creo que supo dar en el clavo.
Hoy me sigue pareciendo una bien lograda frase publicitaria. Allá quien la creyó un dechado de romanticismo escrita bajo la luna llena tapatía, una noche de abril, por un inspirado Vergara, con una rosa morada en una mano y en la otra su infaltable botella bajo el sello de Omnilife (su negocio más favorecido en los primeros años de morado).
A los ojos de más de un aficionado aquellas mágicas bebidas parecían capaces de provocar los goles de tiro libre del “Paté”, aliviar el estreñimiento de títulos, mejorar el cutis del “Monstruo” y más de un casi milagro en un aldeano como usted o como yo.
Un negocio. Saprissa fue un negocio para Vergara. Ni compró amor hace ocho años, ni vendió el alma el jueves pasado. Nada o muy poco hay que reprocharle. Falló al prometer la construcción de un nuevo estadio, una inversión demasiado alta, para un mercado a la postre quizás no tan rentable como imaginó. Tampoco logró mantener el vínculo sentimental con la afición del alma. Por lo demás, el significado de “negocio” sí está el diccionario.
El regocijo del aficionado saprissista por el regreso del club a manos ticas parece corresponder más a emociones que a análisis. ¡Como si no hubiese estado antes en manos ticas y a punto de la quiebra! Debo abonarle, sin embargo, un par de ventajas al nuevo proyecto: el resurgir de esa pasión morada en el aficionado y la experiencia empresarial de sus nuevos dueños. Necesitarán de ellas.
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