El domingo pasado oímos que los soldados custodiaban el sepulcro de Jesús. Tras un sereno sábado, descanso de Dios, vino el domingo, día de la creación de la luz y el que es la luz del mundo surge victorioso del abismo.
Hoy tenemos dos evangelios. Temprano se nos narra lo sucedido por la mañana, el primer día de la semana. María Magdalena va al sepulcro, ve la piedra corrida y lo dice Pedro y al discípulo amado. Ambos van a la tumba, ven las vendas por el suelo y el sudario doblado a la cabecera, pero el cuerpo no estaba.
Eso les basto para comprender. El discípulo dice que “vio y creyó”, supo que Jesús se había levantado del sepulcro, liberado de toda limitación humana (las vendas y el sudario quedaron atrás).
Más tarde oiremos lo que pasó el mismo día, el primero de la semana, pero al crepúsculo, a dos discípulos camino de Emaús. Iban desalentados pero alguien empezó a caminar con ellos. Era Jesús, pero no le reconocieron. Este pregunta: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos responden con desaliento y pesimismo. Y Jesús les catequiza, y “comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él”.
El pasaje parece una misa. Empieza con una procesión (ir a Emaús), establece la presencia creciente de Jesús (que todavía es difusa) y nos ilumina con la liturgia de la palabra.
En esta “misa” también hay plegaria: ya en Emaús, como Jesús parecía seguir adelante le ruegan: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Y viene luego el prodigio: “El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista”.
Aquellos discípulos descubrieron, los primeros, el significado de la fracción del pan: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos explicaba las Escrituras?”.
Y sacudidos por la presencia real de Jesús en el pan que comían, se sienten enviados, como en toda misa, y se devuelven a Jerusalén para unir su testimonio con el de los otros sobre la resurrección del Señor.
Y “contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”.
El Señor resucitado, aleluya, aleluya. Feliz Pascua.
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