Alguna vez fui monaguillo, muy de niño, pero desde entonces no me pongo ni me pondré sotana. Tampoco jugaré de candidato a beato; ni siquiera aspiro a asistente de quien le echa comida a la perra del cura. Hablemos entonces a calzón quitado.
Como cualquier mortal, un jugador puede tomarse una cerveza; como cualquier mortal, un jugador puede antojarse de bailar una canción con una muchacha de buen ver; como cualquier mortal, un jugador puede aburrirse de estar metido en un hotel. Las preguntas claves son cómo, cuándo y dónde. Y a criterio de este mortal, no era el momento, la hora, ni el lugar.
Una trasnochada se pasa rápido, más tratándose de jóvenes, deportistas, con la posibilidad de dormir plácidamente algunas tardes cuando el técnico no los tiene en práctica o sesión de vídeo. Lo que tarda más en pasar es la imagen que se proyecta.
“¿Cuál imagen proyectaron?” -me interpeló el federativo Milton Castro, cuando le pedí su criterio sobre la conveniencia de mostrarse así públicamente en un bar-restaurante frecuentado por costarricenses. Altas horas de la noche, alguno que otro con cerveza en mano, en un ambiente festivo, bailando luego de una derrota por 4-1 y en plena Copa Oro. Les afecte o no en el rendimiento (no creo que mucho si se trata de un día) no hacen falta más ingredientes, tan solo el sentido común, para saber que destaparían la polémica, la indignación de muchos aficionados. Claro, como don Milton también dijo, “probablemente otros se sintieron felices de tenerlos ahí”. No lo dudo. Incluso un aficionado les pagó una ronda de cerveza (no bebida por algunos), según contó una mesera.
Inconveniente. La prueba está ahí: el burumbúm que se ha armado, con criterios encontrados, incluso en la Federación, donde el delegado en New Jersey no ve necesario investigar y la Fedefútbol envía luego un comunicado diciendo que lo hará.
