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Domingo 8 de mayo de 2011, San José, Costa Rica

De hoy

Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero

asaenz@liturgo.org

Aquel día, el primero de la semana por la tarde, dos discípulos iban a Emaús, desalentados. Alguien camina con ellos. Era Jesús, pero no le reconocen. Por la extrañeza del forastero ante los hechos, los peregrinos se sorprenden de que es el único que nada sepa de lo ocurrido con el profeta Jesús.

Y el Señor les catequizó: el Mesías debía padecer para entrar en su gloria, su resurrección. Sus duros corazones y corto entendimiento hacen a Jesús explicarles todo lo que se refería a él en la Escritura.

Es como una misa: procesión de entrada, presencia creciente de Jesús, liturgia de la palabra y plegaria: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Luego rito sacramental: Tomó el pan y pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, y los discípulos lo reconocieron, pero él desapareció de su vista.

Hay tres elementos. El primero, que no son apóstoles, solo simpatizantes. Jesús no hace distinciones, se aparece a “rasos” y manifiesta su amor y ayudar para recuperar el ánimo y descubrirlo en la celebración dominical.

El segundo, la visión bíblica que Jesús aportó, su recorrido desde el sedimento en Moisés, la poética del pueblo en búsqueda (los salmos) a los oráculos proféticos, Jesús sintetiza su tarea. Trae al presente el pasado, lo vive en el hoy de la celebración y lo proyecta al futuro del Padre, y produce un presente perfecto y presentándose como centro y razón de ser de las cosas.

Lo tercero, reacción de los discípulos: regresan a Jerusalén a comunicar la gran nueva. Y hallan todo cambiado. Escuchan primero a la Iglesia testimonia la resurrección. Los peregrinos escuchan y resellan al decir que reconocieron a Jesús al partir el pan.