Presbítero / asaenz@liturgo.org
Oímos uno de los textos más hermosos de San Mateo: diez muchachas elegidas para el cortejo del novio que llega a unirse con su amada.
Las bodas en Oriente duran varios días y en ellas es importante la llegada del novio, un momento poco predecible. No saber la hora es elemento central de la parábola de Cristo. Como el reino, el novio se hace esperar y el sueño vence a las doncellas. Es curioso que la tardanza sea tan larga, porque el aceite dura mucho en la lámpara, y aquí se termina.
Importa rescatar la palabra “necio”. Para nosotros “necio” es majadero y fastidioso. Pero el término implica eso y también ignorancia e insensatez. Cinco de las muchachas eran previsoras y llevaron aceite para rellenar sus lámparas. Las otras cinco eran necias, ni les pasó por la mente tal cosa.
Nosotros somos víctima de imprudencia, imprevisión, inmadurez, insensatez. Pero esto bien podría impedirnos entrar en el reino. Un día escucharemos que se dice: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. ¿Qué será de nosotros si no estamos preparados para recibirlo? ¿Qué nos pasará? Debemos iluminar su llegada con obras propias de creyentes, luchar contra la injusticia, la duda, la falta de compromiso y de amor, y eso no se improvisa.
El aceite es el amor, que debe practicarse, hacer historia en nosotros. Y para ello se necesita tiempo, un tiempo largo en que amemos intensamente.
Solo habrá aceite para la lámpara, historia de amor, si amamos decididamente al otro, y sobre todo si es pobre. Y es un amor muy personal, reseña de servicio al prójimo, experiencia vivida desde dentro. Si descubrimos que no hubo amor, debemos “ir a comprarlo al mercado”, es decir, buscarlo intensamente, en justicia y santidad. Pero como ya le dije, toma tiempo.
Si no vive el amor podríamos escuchar a Jesús decirnos: “Les aseguro que no les conozco”. Y estemos prevenidos, porque no sabemos el día ni la hora de su llegada.