Domingo 30 de octubre de 2011, Costa Rica

Tradición

Nuestras mascaradas

Rodolfo Rodríguez

rodolfo.rodríguez@aldia.co.cr

Basta con escuchar el popular “farafarachín” de la cimarrona, para que se nos salga ese costarriqueñismo que llevamos dentro y de inmediato nos ponemos a “chirotear” con la Giganta y compañía.

Todo empezó en Cartago y tenían el nombre de “Los Mantudos”, según el historiador nacional Jorge Montoya.

Luego del sincretismo cultural con la población aborigen y a partir de la celebración de la Virgen de Los Ángeles, el 2 de agosto, comienzan a darse ese tipo de manifestaciones, citó.

No obstante, como todo patrón cultural, los personajes en ellos son muy importantes, por eso Montoya resaltó a familias como los Valerín en Cartago, los Frere en San José, Carlos Salas en Barva, pero muy especial a Pedro Arias Zúñiga: “el maestro de los mascareros”.

“Él las da a conocer a nivel nacional llevándolas a fiestas patronales de pueblos e incluso siendo creador de algunas de ellas como las de Palmares. Solía acompañar las máscaras con la cimarrona, el palo de la fortuna iba con tinajas que tenían regalías y el juego de pólvora”, aseguró el historiador.

La gran hazaña: construir una armazón primero de caña y luego de hierro, para hacer las mascaradas tan altas como si fueran zanqueros.

Pero el legado de los Arias no se quedó ahí, por generaciones sus hijos y ahora nietos, tienen a cargo la tradición de confeccionar estas obras de arte.

Su nieto Pedro Arias Madrigal contó que, “hará unos 10 años me entró una melancolía recordándome de mi abuelo y entonces quise hacer una máscara y me quedó bien y comencé hacer cantidades. No las alquilo, de hecho lo que hago es prestarlas a instituciones para alguna obra de beneficencia”.

De Cartago a Escazú, Barva y ahora en muchos lugares del país, en Alajuelita, la familia Ávila se cansó de que para las festividades de Santo Cristo de Esquipulas trajeran mascaradas de Escazú y hace ocho años decidieron inciar el negocio local.

Con 77 años, mascarero retirado y vecino de San Lorenzo de Heredia, Francisco Vargas también contribuye a la tradición.

“Luego que quedé viudo las hacía para pasar el rato, para no estar solo sentado pensando tonteras, ahora me da cabanga verlas”, contó.

La Giganta, el Diablo, la Muerte, el Policía, la Calavera, son de los principales payasos, quienes junto a sus creadores y el público forman este hermoso y tradicional teatro popular.

Mantudos

Con 17 años de experiencia, Damaris González vive del negocio de las mascaradas, ella aprendió luego del gusto por las manualidades y una asignación en el colegio. Los precios varían según sus materiales, una máscara tradicional de cabeza cuesta ¢25 mil, hay gigantes a ¢100 mil en adelante (2261-4817).