Opinión

Roxana Zúñiga Quesada

Periodista

La sensatez y el fútbol no parecen llevarse bien en los últimos tiempos. Dos recientes ejemplos hacen reflexionar acerca de ese divorcio.

En el primero se involucra nuestro guardameta, Esteban Alvarado, a quien un desaforado fanático intentó agredir en la cancha. Las autoridades dieron la razón al jugador y anularon la tarjeta roja que el árbitro sacó por patear al hincha. El limonense defendió su integridad con dos furiosos puntapiés contra el seguidor del Ajax. Algunos comentaristas de medios internacionales criticaron la violenta reacción del tico, que calificaron de desproporcionada.

Sin embargo, el medidor del miedo es impredecible. Alvarado se encontraba de espaldas y de pronto vio encima a un individuo de dudosa actitud. Y ¿si traía un puñal, un poco de ácido, un arma? ¿Cómo moderar la respuesta si intuyes un peligro inminente? Indudablemente no es un tema fácil ni exento de polémica. Pienso que, esta vez, el joven tuvo justificación. No obstante parece que le falta madurar o bajarse del Monte Ego. Sus antecedentes (denuncia por violencia contra una mujer y abandonar la “sele” sin avisar) alertan que su carácter es fuerte y a veces díscolo. Eso podría traerle problemas que empañen su promisorio futuro. Más sensatez y menos vanidad.

Otro extraño comportamiento lo tuvo el astro Luis Suárez, uruguayo símbolo de la selección charrúa que ganó la Copa América en el 2011. Él profirió insultos racistas contra el francés Patrice Evra, en una deplorable actitud que ha infectado a muchos jugadores. Su club, luego de investigar, declinó apelar la sanción de ocho partidos y la multa económica. El racismo es detestable en todos los ámbitos, pero en los ídolos del deporte lo es aún más. Grave error de un extraordinario futbolista que enmohece su imagen pública y queda en la historia negativa de ese bello deporte. Más sensatez y menos vanidad.