Todavía no puede dimensionar que hayan pasado 50 años desde que se ordenó. Dice que se confiesa cada mes y lo hace con alguno de los obispos. El sacramento que más le gusta después de la eucaristía es ungir a los nuevos curas y obispos.
Al fondo de su misterio
- ¿A qué atribuye que tantos vivan hoy al margen de la Iglesia?
A que en vez de creer en el Evangelio, muchos se adhieren a las ideologías y viven pensando en los ídolos que sustituyen a Dios en la sociedad de hoy: el tener, el poder y el placer.
¿Dónde queda Dios?
Es que si Dios existe, a muchos no les importa. Organizan su vida sin Dios.
-¿Cómo afecta eso a la sociedad costarricense?
En que se vive en un mundo muy egoísta, desigual y sin solidaridad. Es un egoísmo llevado al extremo.
- ¿Qué les diría?
Que eso lleva a un mundo muy conflictivo donde hay más muros que puentes. Nos separan las razas, las condiciones económicas y hasta la religión. Es un mundo fraccionado y enfermo.
- ¿Se puede revertir eso?
Sí. Ese es el proyecto de Cristo surgido en la noche de la Navidad: un llamado a la civilización del amor que busca hacer del mundo una familia. Eso traería paz en la Tierra, pero nosotros hemos cerrado los ojos al hermano.
- ¿Qué hace la iglesia?
Vamos a fortalecer la fe de los que ya creen para que sea una fe madura porque hay muchos que están en la Iglesia, pero no son Iglesia. Son seguidores, pero con una actitud muy superficial. Necesitamos creyentes que se adhieran, con toda su persona, a lo que creen.
- ¿Cuáles son específicamente los esfuerzos?
Este año vamos a llegar a ambientes de fábricas e instituciones para dar a conocer la acción de la Iglesia. La gente ve el Evangelio como una ideología y eso no es así; debe reconocerlo como la gran noticia. Los católicos no solo debemos ser maestros al transmitir una verdad, sino testigos, que transmiten lo que viven: la alegría de seguir a Cristo.
- ¿A los jóvenes que les dice?
Que no caigan en la tentación de la sociedad de hoy, que es darle vida al sentido, como si la felicidad estuviera en el placer; que le den sentido a la vida.
- ¿Cómo pueden hacerlo?
Se ocupan raíces profundas, como los árboles. También valores como la honestidad, el trabajo y la responsabilidad. El joven necesita alas para volar alto, ideales. Que no sueñe con cosas pequeñitas, sino llegar a grandes cumbres pero no para imponerse, sino para servir.
- Su consejo para que puedan vencer las tentaciones...
Hay que prevenir y tener una vida de oración permanente. El diálogo con Dios no debe ser ocasional, como quien tiene frío y se pone un abrigo. Todo el tiempo hay que estar protegido porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil, dijo el Señor. El que busca el peligro, en el cae.
- ¿Cómo es un día en la vida del arzobispo?
Me levanto siempre a las 5 a.m. Lo heredé de mi familia campesina y porque los dos primeros años de escuela tenía que ir a caballo o a pie. Eran cuatro kilómetros de distancia por caminos malos y por eso, antes del amanecer ya estaba levantado. Viví en un ambiente totalmente aislado de la meseta central. No existía la carretera Interamericana y nos separaba el Cerro de la Muerte.
- ¿Cómo lo cruzaban?
El año entrante se cumplen 100 años de que mi papá llegó al cerro. Vamos a celebrar una misa en el sitio donde él durmió, cuando apenas era un niño, con la segunda oleada que llegó a San Isidro. Iba con sus padres y 3 hermanos. Luego tuvo 10 hermanos más.
- Retomando su día a día ¿qué sigue?
Después del baño, me dedico a la oración hasta las 6:15 a.m. Luego desayuno y leo los periódicos hasta las 7 a.m. A partir de esa hora, reviso asuntos pendientes para asignar trabajos a la secretaria, a las 8:30 a.m. Después vienen reuniones y trabajo de coordinación con los diferentes equipos de misión, Consejo Presbiteral, Consejo Episcopal y otros. Almuerzo a las 12:45 p.m. y cuando se puede, hago un pequeño descanso porque en la tarde tengo más reuniones y en la noche hay confirmaciones, celebración de fiestas patronales y otras a las que me invitan.
¿Celebra misa todos los días?
Si. Cuando no hay celebraciones fuera, lo hago en la capilla privada, con los trabajadores de la Casa Arzobispal, que es donde vivo.
- Usted dice que no abre nuevos templos porque no hay sacerdotes. Cada vez se ordenan menos, ¿por qué?
Hoy las familias tienen menos hijos y se les hace difícil aceptar que si Dios llama a un hijo, se entregue a la causa del Evangelio. Además, hoy tenemos una cultura de lo fácil, del no compromiso, de no asumir responsabilidades y como el sacerdocio exige el tiempo y la vida, es más difícil que los muchachos digan sí. También influye que los padres de familia con pocos recursos económicos convencen a sus hijos para que ayuden a sostener el hogar.
- ¿Un cambio en la Iglesia?
A mi me ordenaron 10 meses antes de comenzar el Concilio Vaticano II y estuve en la inauguración, en 1962. No logré captar que ahí la Iglesia daba el paso para responder a los tiempos de hoy.
- ¿Fue favorable?
Mucho. Antes del Concilio era agobiante ser sacerdote porque cargaba con todas las responsabilidades y al laico se le consideraba un menor de edad.
El arzobispo
Hugo Barrantes Ureña.
Edad: 75 años.
Hermanos: Tiene seis.
Profesión: Sacerdote.
Devoto de: San José.
Un deporte: Fútbol.
Hobby: Visitar la familia en San Isidro de El General. Lo hace la última fecha de cada mes. Es lo que más le gusta.
Un templo: Del país me gustan el de La Merced y el de Santa Teresita. Del exterior, la Basílica de San Pedro.
Música: La del período barroco y la clásica.
Una comida: La del campo. Me gusta el maíz y derivados.
A quien admira: Después de Jesús, a los Papas del siglo XX y del siglo XXI, particularmente a Juan Pablo II y Benedicto XVI.