Periodista
Así empezaba la Niña Norma a escribir en la inmensa pizarra verde con perfecta letra cursiva y tiza blanca. Luego, nos indicaba que había que escribir una redacción de un número de palabras que nos aterraba, sobre lo que habíamos hecho en los finitos tres meses de vagabundería merecida.
Entonces, con el borrador de lápiz en la boca y los dedos en la frente para que las ideas fluyeran, empezábamos a hacer inventario de las vivencias que ameritaban ser registradas en el papel.
Para la flaca memoria de güilillas de diez años, recordar lo más significativo de aquel tiempo libre vivido entre mangos celes, patinetas, viendo tele, brincando mecate y jugando al aire libre, era un duro ejercicio.
Al final, quedaban descritos los paseos a una finca, a Puntarenas para los más pudientes o a las pozas y balnearios con sabor a huevo duro o a la cercana casa de abuelita, para los más sencillos.
En el peor de los casos, invocábamos al fantasma de Julio Verne para que nos soplara alguna loca fantasía que no fuera muy “volada” y a la vez creíble para la maestra que con un enorme “Rev” en rojo, nos daba por recibida la tarea de inicio de clases.
Arrancó el curso lectivo con aciertos y carencias, expectativas y trajines. Para todos, los adultos y los niños, el primer día de clases es un inicio que esperan culminar con éxito.
Se contarán las aventuras de vacaciones –cada vez más cortas y carrereadas – en el Facebook, ya no para la Niña Norma, sino para que todos los ciberamigos le den su “like” o un comentario.
En sepia o en full color, la vida es un libreto que siempre se repite. Solo cambian los actores.
Los borucas no paran de hacer sus “diabluras”