La liturgia nos enfila hoy hacia el Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma.
En la primera lectura Dios se presenta como autor del rescate del ser humano y va a salvarnos.
Olvidemos, el pasado, porque Dios hará todas las cosas nuevas.
En el evangelio Jesús empieza a asumir su rol de Mesías. En una de las páginas más pintorescas del Nuevo Testamento, unos hombres, al no poder llevar a su amigo enfermo hasta Jesús, lo descuelgan desde el techo y ansiosos esperan a que Jesús lo cure. Pero el Señor les da una respuesta muy diferente a la que esperaban. Apoyado en la fe de aquellos dice al enfermo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
¡Qué frustración inundaría el corazón de aquella gente! ¡Qué desconcierto! A veces preferimos lo inmediato y práctico a lo sobrenatural.
Esperaban salud del cuerpo y le dio espiritualidad.
La acción de Jesús habría sido mejor recibida por alguien ya iniciado, pero no por ellos.
Pero los maestros de la Ley y los escribas, escandalizados, aseguran que Jesús blasfema porque solo Dios puede perdonar los pecados.
Y es que nadie sabe que Jesús es Dios y que ha venido precisamente a eso, a perdonar nuestros pecados.
El Maestro, dolido por su mezquindad, les tira una pregunta: ¿qué es más fácil: hacer algo difícil e invisible, como perdonar pecados, o algo corriente y visible, como curar?
Ellos callan. Jesús entonces, para probarles su poder, refuerza el gesto esencial que ya había realizado en aquel hombre y le ordena tomar la camilla e irse a casa. Y el paralítico, curado, lo hace. El texto termina asegurando que nunca nadie había visto nada igual.
La humanidad completa necesita del perdón de los pecados. Para lo otro están los médicos. A todos nos urge aliviar la enorme carga de nuestras culpas, alivianar nuestra conciencia. Jesús puede y quiere perdonarnos. Acudamos a él por el ministerio de la Iglesia.
Guaymíes dejan su esfuerzo en suelo tico
“Deberían existir muchos chamukos”
Productores se dan un “gustico” en feria