Nacionales
Domingo 14 de octubre de 2012, Costa Rica

Quienes quedan, apenas ganan para comer

Limpiabotas, un oficio en extinción

Nicolás Aguilar R.

naguilar@nacion.com

Son confiables, leales, fieles.

Estos hombres serían el esposo o compañero anhelado de cualquier mujer porque escuchan atentamente y saben guardar secretos con el celo de una tumba.

“Nosotros nos enteramos de todo y muchas cosas más”, afirma, sonriente, Ernesto Navarro González, de 57 años, mientras lustra los zapatos de un cliente al costado norte del Parque Central de San José, en la acera del teatro Melico Salazar, donde trabaja de lunes a sábado 12 horas al día.

No es el más viejo, pero si el más respetado limpiabotas de la capital, un oficio en vías de extinción. “Antes éramos 20 lustradores en cada esquina del Parque Central, y todos ganábamos algo. Eran otros tiempos, La gente caminaba más despacio, no corría tanto como hoy en día”, lamenta.

Navarro se convirtió en lustrador de zapatos por necesidad.

Desde muy niño tuvo que vender chicles para ayudar con el sustento familiar. Después, agarró un cajón, unas latas de betún, un trapo y allí se quedó, en una esquina del parque, atendiendo a gente de todo tipo, a desconocidos y a famosos. “Aquí conocí al Che Guevara, a Daniel Santos, a Julio Jaramillo. De los presidentes, le lustré zapatos a don Otilio Ulate y al expresidente de Panamá, Ernesto Pérez Balladares y a muchos otros que no recuerdo ahora”, exclama visiblemente emocionado.

Más allá, otros dos limpiabotas, Jorge Orué Guevara y Luis Padilla López, con sus manos negras de betún, ofrecen sus servicios y esperan pacientemente. Todos tienen historias que contar.

Amigos de Presidentes

“Yo conocí a un tal Allan García, cuando era presidente de Perú. Me invitó unos camarones jumbo y me pagó por la lustrada $30”, afirma con los ojos brillosos de emoción Padilla, veterano lustrador de 63 años.

Es consciente de los apuros económicos que pasa diariamente, pero su corazón parece cantar, sonríe mostrando unos descuidados dientes, cuando recuerda acontecimientos del pasado, cuando funcionaban concurridas sodas como Diamante, Palace y La Perla. “Siempre teníamos clientes, se vivía bien”, dice.

El oficio de limpiabotas era respetado y el sueño de muchos niños era un día trabajar en el bullicioso Parque Central, escuchando historias fantásticas de gente que venía de todo el mundo. “Uno se podía topar a cualquier artista, desde Julio Jaramillo hasta Cantinflas. También a los Presidentes, claro, cuando andaban eran sencillos y andaban a pie como todo el mundo”, añade.

Otros terminaron lustrando zapatos porque el destino, según dice, les jugó una mala pasada.

Es el caso de Jorge Rafael Orué Guevara, de 52 años, exconvicto del centro penitenciario La Reforma y alcohólico anónimo; pero un hombre “reformado”, afirma.

“Cometí un error cuando tenía 18 años y me condenaron a 25 años de prisión. Fue un homicidio. Salí de la cárcel con mi expediente manchado y nadie le da trabajo a uno. Por eso limpio zapatos, hay que ganarse la vida en lo que sea pero honradamente”, comenta.

“Apenas para medio comer”

“Pocos se apuntan en la limpiada de zapatos. El trabajo está cada vez más duro, la plata no se ve”, dice. Foto: N. Aguilar
“Pocos se apuntan en la limpiada de zapatos. El trabajo está cada vez más duro, la plata no se ve”, dice. Foto: N. Aguilar

“Estaba sin trabajo y sin casa. Un día alguien me dijo que podía ganarme algo limpiando zapatos y aquí estoy desde entonces”, afirma Harold Jiménez Corrales, de 32 años.

Este lustrador la “pulsea” desde las 7 a.m. en el Parque Central de San José, en un “pollito”, frente a la Catedral, por donde “más gente pasa”. “Apenas me da para comer, pero no tengo otras opciones. Por lo menos nadie me molesta”, exclama riendo con nerviosismo, porque nunca ha salido en un periódico y ahora tiene la “oportunidad de su vida”. “Ponga que soy de Aserrí. Que me la tiro en las calles desde hace dos años y tres meses. Tengo tres hijos”.

Aunque terminó la primaria, las cosas se le complicaron en secundaria, la que nunca terminó. No tiene destrezas en ningún oficio, la vida ha sido dura con este hombre.

Parece tener prisa y me pide “dos tejillas”. Cada vez hay menos gente interesada en limpiarse los zapatos, en la calle. “Ya no pagan”, lamenta.

De la cárcel al Parque Central

Jorge Orué: “He mandado mi currículum a varias empresas, pero nadie me devuelve ni las llamadas”. Foto: Nicolás Aguilar
Jorge Orué: “He mandado mi currículum a varias empresas, pero nadie me devuelve ni las llamadas”. Foto: Nicolás Aguilar

Es de pocas palabras: parece de malas pulgas, muy serio, pero es un hombre de bien. Jorge Rafael Orué aprendió la lección de su vida tras purgar 18 años y medio en prisión. Salió hace casi cuatro y desde entonces es un limpiabotas profesional en el Parque Central de San José.

“Mi hoja de vida está manchada y así nadie me da trabajo. Tuve que meterme en esto para pagar un cuarto de hotel y mi comida”, cuenta con voz serena, despacio, como cansado de correr.

Trabaja desde las 6 a.m., “hasta que la lluvia lo permite” y reconoce que a veces “hay días buenos y sobra alguito”.

Pero no es a menudo. Hay pocos clientes y en ocasiones se pasa el día “en blanco”, sin nada que hacer junto a su caja manchada de betún y sus gastados cepillos. “Hay que pulsearla mucho, las personas pasan apuradas, no paran y tampoco se preocupan por sus zapatos como antes”, dice.

Orué sueña con un trabajo “en regla, con seguro social y aguinaldo” y espera paciente.

“Éramos un montón...”

Ernesto Navarro reconoce que ya nadie quiere ser limpiabotas. “Ahora los jóvenes pueden estudiar”, afirma. Foto: Nicolás Aguilar
Ernesto Navarro reconoce que ya nadie quiere ser limpiabotas. “Ahora los jóvenes pueden estudiar”, afirma. Foto: Nicolás Aguilar

Había limpiabotas por todo lado. En cada esquina del Parque Central capitalino, frente a las sodas y cines más famosos. Eran muchos, pero todos tenían sus clientes.

Nadie pasaba hambre ni necesidades. “Tengo cinco hijos ya grandes. Los saqué adelante limpiando zapatos”, exclama con evidente orgullo Ernesto Navarro González.

Este hombre lleva casi 50 años como limpiabotas y recuerda que en el Parque Central eran muchos, pero nadie se peleaba por un cliente. “Todos ganaban, la gente nos buscaba, éramos importantes”, relata mientras cepilla el zapato negro de un cliente, en su puesto fijo, junto al Melico Salazar. “Los policías municipales no me molestan porque yo pago un permiso anual y estoy al día”, añade. Este hombre de 57 años, moreno, de manos fuertes, es hoy en día el limpiabotas más respetado de la capital.

“He lustrado zapatos a Daniel Santos, a Julio Jaramillo, a presidentes y al Che Guevara”, comenta orgulloso.

Lleva 35 años lustrando

Luis Padilla asegura que el entonces Presidente de Perú, Alan García (1985-1990) le pagó $30 por una lustrada. Foto: Nicolás Aguilar R.
Luis Padilla asegura que el entonces Presidente de Perú, Alan García (1985-1990) le pagó $30 por una lustrada. Foto: Nicolás Aguilar R.

A simple vista parece un artista venido a menos, de bajada, como dice una vieja canción, pero no es cierto. Se trata de Luis Padilla López, de 63 años, 35 de los cuales se ha dedicado a un oficio que ama sobre todas las cosas: el de lustrador de zapatos.

Creció en una época mágica, según dice, en blanco y negro, sodas como La Esmeralda, atiborrada de personas, muchas de de ellas clientes seguros con quienes compartía historias y copas.

Padilla tiene el pelo largo, aún negro y lacio. Es un aventurero innato y vivió cinco años en distintas ciudades de Estados Unidos, de limpiabotas, hasta que se cansó, según indica, de “pasarla mal” y volvió a tiquicia.

Conoció a Otilio Ulate y Rafael Ángel Calderón Guardia, a quienes recuerda con cariño porque se rosaban con la gente en las calles. Hoy, las cosas son distintas. Sabe que quizá son sus últimos años como limpiabotas y no se arrepiente de nada. “He sido feliz, eso es suficiente”, afirma.