En el anonimato. Perdida entre centenares de lápidas del Cementerio Obrero estaba la tumba y también la figura de la afamada escritora, Yolanda Oreamuno, nacida en 1916 y fallecida en 1956.
“Pregunto por qué nos convoca al entorno de su entereza; esa mujer que de pronto derrota la muerte y regresa. Estamos, Yolanda, en persona; los que piden perdón y perdonan”. Así cerró el músico Dionisio Cabal con su guitarra el homenaje.
En seguida el padre Leonel Chacón bendijo la tumba y docenas de flores blancas empezaron a caer en ella. Margaritas, lirios, rosas, orquídeas, pomas y arreglos que unas 70 personas, amantes de su literatura y familiares, le llevaban.
Fue peligrosa, bella e inteligente
Para Jacques Sagot, músico y escritor, todas las ideas de Oreamuno con respecto a la sociedad en que vivió chocaban con el medio ambiente.
“Ella era una incómoda disonancia en medio de un sistema hipócritamente consonante. Fue peligrosa, fue superlativamente bella e inteligente, algo que los hombres no le perdonaron”, dijo.
Otro que exaltó la recuperación de su memoria fue el escritor Alfonso Chase.
“Ella le dio contenido a la época. Su primer intento artístico fue en la pintura, donde se refleja a si misma en la imagen idealizada de una campesina costarricense con el sentido de observación íntima que luego mostró en sus cuentos y narraciones”, expresó.
“Todos sabemos”, agregó, “quiénes fueron los que se encargaron de ocultar su mensaje, de retrasar la divulgación de su obra literaria, de sus opiniones divergentes. Se impuso la envidia, la mediocridad y el bombo mutuo”.
La ruta de su evasión
En 1947 ganó el concurso literario “15 de Setiembre” con sede en Guatemala con su novela “La Ruta de su Evasión”.
A los 40 años falleció en México en condición de pobreza y acompañada por Eunice Odio, contemporánea suya y destacada poetisa nacional.
Uno de los escritos de Yolanda Oreamuno, publicados en el Repertorio Americano, muestra la fina descripción que utilizaba.
“La noche cae despacio y aburrida. El drama vegetal se anega en sombras, la uniformidad del color va ganando espacio a los contornos que un momento antes, en trágica despedida, se afirman definitivos...”.
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