Nacionales
Domingo 27 de noviembre de 2011, Costa Rica

Canadiense encaraba a cazadores furtivos que depredan Corcovado

Una conservacionista que vivió al filo de la navaja

Nicolás Aguilar R.

naguilar@nacion.com

Cañaza de Jiménez, Golfito. - En este relato, usted conocerá la historia de Kimberley Blackwell, una exactivista de Greenpeace de nacionalidad canadiense, de 52 años, que fue golpeada, asfixiada y recibió un balazo en la cabeza, otro en el pecho, para caer muerta frente a dos testigos que nunca declararán contra el asesino: sus gatos, Waifa y Mir. Las mascotas eran sus “hijos amados”, como los llamaba ella riendo a carcajadas.

“No le tenía miedo a nada, pero como dos semanas antes contó que sentía malas vibras... eran amenazas”, me cuenta su amigo Simon Brinkho, de 20 años, residente de playa Matapalo de Jiménez, en Golfito, Puntarenas.

A este sitio junto al mar, a más de cinco horas en carro desde San José, llegó en 1993, Kimberley a quien algunos recuerdan como “un ser extraordinario y amante de la paz”.

Apenas cifraba los 34 años y ya había visitado una veintena de países, siempre sola, impulsada por un espíritu aventurero.

Así lo confirma su amiga Tao Watts, quien recuerda que Kimberley, a los 17 años abandonó su hogar, en Orillia, Ontario, para trabajar como cocinera de rudos mineros en el territorio del Yukón, en un ambiente siempre hostil, en el extremo noroeste de Canadá.

Allí se terminó de forjar su carácter fuerte, que le sirvió para defender sus ideas.

Valiente y sin miedo

Kimberley siempre convivió con el peligro, pero era una mujer valiente y no tenía miedo.

En el Yukón muchas veces tuvo que defenderse con hacha en mano de varios “pretendientes” sin escrúpulos. Sus “admiradores” escaparon sin dar batalla.

De allí salió hacia el mundo, a punta de aventones y viajes en bus, en barco, pagados con algunas monedas que ganaba trabajando en lo que apareciera.

La canadiense recorrió Centroamérica, siempre sola, dejando amigos por todas partes.

“Ella daba la mano fuertísimo. Apretaba como hacen los hombres”, me asegura Freddy Sánchez Varela, un pequeño finquero que la trató durante muchos años.

Sánchez, muchas veces la vio caminando hacia la montaña, siempre con pantalones y botas de hule.

“Ella vestía muy masculino”, dice Sánchez mientras ríe.

“Tenía el pelo ensortijado y abundante. Su caballera, siempre suelta, parecía un ‘panal de avispas’ cuando corría el viento”, agrega Freddy intentando describirla.

Medía metro sesenta y ocho de estatura, gruesa, sin llegar a gorda, y muy blanca. Como usaba crema de chocolate para combatir la resequedad en su piel y al parecer dejaba un agradable y dulce aroma a su paso, muy pronto los lugareños le pusieron el apodo con el que la conocerían siempre: “Chocolata”.

Defensora de la naturaleza

“Al caminar, ella movía los brazos de un lado a otro. Se bamboleaba toda. Era rara y explosiva”, me responde Roberto Barquero, de 63 años, quien la saludó muchas veces en la pulpería Los Higuerones, adonde llegaba por arroz, fideos, latas de atún, frutas y cigarrillos.

Kimberley vivió varios años en Matapalo, trabajando en propiedades de varios extranjeros, en lo que fuera y en el 2004 compró una finca de 79 hectáreas en San Miguel de Cañaza con su compañero sentimental, Cristhopher Hoare.

La propiedad que adquirió colinda con el Parque Nacional Corcovado. Era su sueño hecho realidad.

“Aquí viviré los últimos cincuenta años de mi vida. Aquí moriré en paz. Soy una mujer de la selva’, exclamaba a carcajadas y golpeándose el pecho con ambas manos, como hacen los gorilas”, cuenta su amiga y vecina Margarita Fallas.

Kimberley construyó una singular casa. Tenía piso y techo pero, pero sin paredes ni divisiones. Así era esta mujer. Amaba a los animales y algunos, desde dantas hasta venados y tepezcuintles, amanecían cerca de su casa, donde probablemente se sentían seguros y a salvo.

Vigilante celosa

Kimberley se convirtió en una celosa vigilante de Corcovado, uno de los parques más importantes del país por su riqueza natural.

El parque tiene casi 42.000 hectáreas y está amenazado por cientos de cazadores de poblaciones como La Palma, Rancho Quemado, Agujas Arriba, Los Ángeles, también por monteadores capitalinos que llegan los fines de semana para participar en “safaris a la tica”, según dicen los mismos pobladores.

“Kimberley era radical en sus cosas y una ‘conservacionista cien por ciento’”, confirma Sergio Torres Serrano, jefe de control y protección del Minaet en Puerto Jiménez.

“Llamaba constantemente para denunciar a los cazadores. Siempre lo hizo con nombres y apellidos. Nunca le tuvo miedo a nada ni a nadie”, insiste Torres con un dejo de tristeza.

“Era una mujer diferente a cualquier otra”, añade. “La enfurecían los cazadores y sus perros. Salía a su encuentro para impedir que ingresaran a Corcovado por su finca. Les gritaba y los reprendía, hasta lograr que se devolvieran por donde venían. 

“A ella no le importaba que la insultaran. No dejaba que uno matara ni a las culebras. Imagínese que le sobraba leña, en una montaña hay troncos caídos por todo lado, pero cocinaba solo con gas porque decía que el humo contaminaba el mundo”, replica Margarita, una de las amas de casa con quien compartió otro de sus sueños, una fábrica de chocolate, con la cual buscaba crear una comunidad autosuficiente.

Kimberley creyó que si creaba nuevas fuentes de empleo, los campesinos no tendrían que matar animales en Corcovado para subsistir, pero a muchos el cambio no les interesaba. Les gustaba cazar y lo seguirían haciendo como lo hicieron sus padres y sus abuelos.

Al parecer, en la zona hay ‘tours’ de cacería ilegal de especies en peligro de extinción en Guanacaste y Puntarenas y las autoridades no pueden evitarlo.Kimberley luchaba contra ese tipo de situaciones, pero estaba sola en esa lucha.

Aún así, pocos la vieron llorar. Un par de veces tras separarse de Christopher, a quien según Reyes Cerón, un vecino de la canadiense, un buen día “lo cinchoneó (golpeó), porque tomaba mucho guaro y ella no iba con esas cosas”.

Sola contra el mundo

Desde entonces, vivía sola en la montaña, vigilante. De noche, de madrugada, de día, vigilaba a los cazadores furtivos que pasaban frente a su casa. Los detenía a gritos y los ahuyentaba de su propiedad y de Corcovado.

“Yo soy amante y amable. El amor está en todas partes. Puedo crear paz y armonía y equilibrio en mi mente y la vida”, escribió a principios de este año en un diario que actualmente guarda su amiga del alma Tao Watts.

Siempre amenazada

Aunque nunca denunció a nadie, al parecer, era amenazada de muerte.

Ella no tenía miedo. Vivió al filo de la navaja y no era bienvenida casi en ningún lado, ni siquiera en las cantinas según cuenta un conocido, Roberto Barquero.

“Con las cervezas se ponía muy alegre y se acercaba a todos riendo, pero muy pocos le hablaban”, confirma Barquero.

Muchas veces reaccionaba iracunda. Una vez  hirió con un rifle de balines a un joven de Cañaza a quien encaró cerca de su finca pensando que iba de cacería.

Su defensa de la fauna y flora, así como sus cotidianos pleitos con cazadores a quienes sorprendía en su finca o cerca de Corcovado, son ya legendarios.

“Detuvimos a mucha gente gracias a sus denuncias, pero ahora nadie nos avisa nada”, se lamenta el guardaparques Torres.

Los cazadores furtivos han causado cuantiosos daños. Entre ellos, quizá el más grave, la madrugada del 8 de mayo del 2001 cuando incendiaron la histórica casona de Santa Rosa. Actualmente dos hombres descuentan  20 años de prisión.

También destruyen cada año cientos de hectáreas de bosques y amenazan de muerte a los guardaparques.

Para empeorar este panorama, estudios de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Universidad Nacional (UNA), revelan que la población de las cuatro especies de monos del país, se redujo drásticamente en los últimos cinco años por la destrucción de bosques, el uso de agroquímicos y su captura como mascotas.

La noche de su muerte

La noche del 2 de febrero pasado alguien pasó frente a su casa y ella salió a su encuentro, como siempre.

Sería su última batalla.

La exactivista de Greenpeace fue brutalmente golpeada y asesinada a balazos frente a su casa.

Solo sus dos gatos lo vieron todo, pero es claro que a quien le dio muerte eso no le preocupa.

El cuerpo de Kimberley fue localizado al día siguiente por varios guardaparques que acudieron, para atender otra de sus denuncias que al parecer ella había hecho poco antes de su muerte.

No le robaron nada.

El único sospechoso, un hombre que al parecer había trabajado con ella, descuenta actualmente tres meses de prisión preventiva y será juzgado próximamente.

Él insiste en que no la mató.

Luego de la muerte de Kimbeley, ya nadie denuncia a los cazadores furtivos en San Miguel de Cañaza.