Jesús pasará hoy de un mensaje abstracto a uno muy concreto, empezando a desarrollar esa idea que ha ido planteando de quedarse como alimento para los creyentes.
La semana pasada oímos a Jesús decir “Yo soy el pan de vida”.
Eso trajo dificultades porque el argumento fue rechazado. La idea del Pan de vida, que es hoy la base de nuestra fe, despertó entonces dudas y no pocas murmuraciones. El grupo de los oyentes empezó a dividirse. Unos aceptan y otros rechazan.
Hay quienes dicen no aceptar a Jesús porque saben quién es y de dónde viene. ¿Cómo puede darles clase uno del montón, pretender atención cuando es el hijo de María y de José? ¿Cómo puede llamarse a sí mismo “pan de Dios”? ¿Qué es eso de “he bajado del cielo”? Pero al rechazarlo porque lo ven como “del barrio”, están precisamente poniendo de manifiesto que no lo conocen. Jesús dirá que ignoran quién es porque “el Padre de los cielos no los ha atraído hacia Él”. Lo que es lo mismo, nadie puede venir a Jesús si no es atraído por
el Padre. Al que lo acepta, al creyente, Jesús le dice: “yo lo resucitaré en el último día”.
El asunto se irá poniendo cada vez más tenso y nos obligará a tomar nuestra decisión de si
aceptamos a Jesús en su condición de Mesías y Señor, o nos dejamos llevar por las apariencias.
Lo dicho por Jesús, “soy el pan de Vida”, es solo el principio e irá ampliando la brecha entre quienes aceptan y quienes rechazan. El que dijo de sí mismo “yo soy el pan vivo bajado del cielo” agregará “El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Esto, que haría pensar a los escépticos en cierto canibalismo, creará
muchas mayores dificultades. Pero nosotros sabemos que creer en esto es esencial, porque Jesús está poniendo acá las bases de la sublime esencia eucarística de la Iglesia.