Nacionales
Domingo 12 de agosto de 2012, Costa Rica

Laboran en campos antes exclusivos de ellos

Mamás se abren paso entre hombres

Cristina Fallas V.

cristina.fallas@nacion.com

Todas saben lo que es sentir dentro de su vientre el movimiento de un cuerpo en formación, pero además, tienen en común que ante todos los pronósticos se han ganado un puesto de trabajo en labores calificadas por la sociedad como exclusivas de hombres.

María de los Ángeles Leitón es chofer de bus en Desamparados; Hazel Tencio viaja por todo el país poniendo orden en las calles, mientras que Carolina Fernández y Olga Zúñiga apagan incendios y salvan vidas.

Sus días de trabajo son distintos, pero al llegar a casa su vida se torna similar a la de otras mujeres al atender a sus hijos y disfrutar cada segundo en familia.

Contra la marea

Familiares, vecinos y amigos fueron parte de las personas que no creyeron en ellas cuando decidieron introducirse en un “campo ajeno”.

Aún con comentarios machistas y las dificultades de distribuir el tiempo entre el trabajo y la familia, estas cuatro mujeres lograron posicionarse todavía nadando contra la marea.

Chofer de autobús conquista a josefinos

Por Cristina Fallas V.

cristina.fallas@nacion.com

Al ser las 4:30 a.m. sube las gradas metálicas del autobús, se sienta frente al volante, arregla el “menudo” para el vuelto y ajusta el espejo retrovisor sin lograr evitar no retocarse el maquillaje. Gira la llave y enciende el vehículo.

Así María de los Ángeles Leitón, de 47 años, comienza su día de trabajo como chofer de bus de la ruta de Calle Fallas, Desamparados, hacia San José centro.

“’Mita’, está loca”, fue la reacción de sus dos hijas, de 30 y 28 años, cuando Leitón les dio la noticia de que cambiaría el trabajo en los campos guanacastecos para “domar” un vehículo que transporta a más de 40 personas en cada trayecto.

“Me contaron que aquí (Autotransportes Desamparados) estaban enseñando a manejar bus, así que me vine porque trabajar en el campo era muy cansado y no era muy buena la paga”, dijo Leitón.

Ella admite que los primeros días no fueron fáciles ya que recibía comentarios machistas de los pasajeros.

“Fue horrible, perdí seis kilos. La mayoría de mujeres me decían que porque no estaba en mi casa lavando la ropa o cocinando. Mi exjefe y mis hijas hicieron que no tirara la toalla”, recordó.

Mientras sonríe y arregla hacia atrás su cabello rubio y ondulado, recuerda que esos días de inseguridad quedaron atrás desde hace dos años y que ahora es la “Tita” más conocida de la comunidad desamparadeña.

“Pienso ser chofer hasta viejilla, amo mi trabajo. Pero si no se puede pondré un taller de enderazado y pintura”, afirmó.

Las razones de su vida

Las dos hijas de María dejaron sus brazos al tomar caminos separados con sus parejas pero aún así, heredaron el valor y el carisma de su “chofer favorita”.

Ella recuerda con nostalgia los días en que sus “pequeñas” vivían con ella, aunque no esconde su alegría al decir que los seres que más ama son sus nietos.

“Uno de ellos solo dice que su tita es chofer. El amor por los nietos es mayor que el de los hijos, es todo poder tirarse a la cama y chinearlos”, relató Leitón.

“Dicen en la escuela que su mamá es bombera”

Por Cristina Fallas V.

cristina.fallas@nacion.com

Las dos han experimentado la adrenalina al salir de prisa para apagar un incendio, pero también, lo que es correr tras los primeros pasos inestables de sus hijos para evitar una caída.

Olga Zúñiga, de 31 años, y Carolina Fernández, de 36, son bomberas en la estación de Tibás, pero además, tienen en común que son madres.

Fernández decidió dedicarse a ser bombera hace 12 años y en ese trajín del oficio conoció al padre de su hija de siete años y de un niño de tres años.

“Siento que ellos están muy orgullosos de mi trabajo y como el papá también es bombero, en la escuela son los hijos de los bomberos”, explicó.

Ella ama su trabajo, aunque a veces deba sacrificar tiempo con sus hijos debido a que son jornadas laborales de 24 horas continuas de día de por medio.

Un sueño de niña

Desde primer grado de la escuela, Olga Zúñiga formaba parte de la Cruz Verde, así despertó su pasión por ayudar a otros.

“Recuerdo que cuando veíamos a alguien que se había caído salíamos todos corriendo a buscar a la maestra y le ayudábamos a traer el botiquín para que le hiciera ahí medio algo”, dijo entre risas Zúñiga.

Con el tiempo llevó cursos de primeros auxilios e ingresó a la universidad donde se formó como paramédico, lo cual le permitió que hace 10 años sea parte del Cuerpo de Bomberos.

Hace seis años recibió a su primer hijo y asegura que fue “increíble la felicidad”. Reconoce con humor que su profesión ha generado que a su primogénito le manden recados acusándolo de mentiroso al decir varias veces que “su mamá es bombera”. Cuatro años después nació su otro hijo, quien al llegar a casa siempre la recibe sonriendo.

Controla el tránsito en las calles y a su bebé en casa

Por Cristina Fallas V.

cristina.fallas@nacion.com

No le tiembla la mano al hacerle una infracción a un conductor que maneja a alta velocidad o que irrespeta la luz roja del semáforo. Pero sí duda al tener que amonestar a una pequeña niña después de hacer alguna travesura, ya no en la carretera, sino dentro de las habitaciones de su casa.

Hazel Tencio Martínez, de 28 años, es oficial de Tránsito desde hace tres años, pero hace uno, su vida cambió radicalmente tras el nacimiento de Tiffany.

“Un día ya lista para salir, alcé a mi hija sin darme cuenta de que ella tenía todo el brazo untado de natilla que terminó en mi uniforme; ese día tuve que correr para cambiarme”, dijo Tencio.

De maestra a oficial

Esta oficial, quien estudió educación preescolar, decidió cambiar las aulas de las guardería por las calles del país, después de darse cuenta de que quería trabajar en algo con mucha adrenalina.

Así decidió ser oficial de Tránsito, aunque su familia no estuvo de acuerdo.

“Mi mamá me decía que era peligroso y que viera los horarios, más que yo quería tener un hijo”, contó Tencio. Para ella, la edad idónea para tener un bebé era a los 30, pero a los 27 le “tocó” y esto le dio un giro a su vida.

“Es muy lindo, pero muy complicado. Me imaginaba haciendo colitas y poniendo vestidos, pero no cuando se iba a enfermar, o debía darle de comer y no iba a parar de llorar”, indicó la oficial.

Con ojos que denotan emoción, recuerda que después de un día de cansancio o pleitos en la calle, todo “se ablandaba” al llegar a casa y ver la sonrisa de su hija.