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Si el Señor decía ser el pan de Dios, el pan de la vida, bajado del cielo, hoy deja sin aliento a los que le escuchan al declarar que el pan que dará “es mi carne para la Vida del mundo”.
Hoy el mensaje de Cristo usa dos verbos: “comer” y “vivir”, básicos para entender el capítulo sexto de San Juan y todo lo que el evangelista quiere que tengamos en cuenta sobre la intimidad que el creyente debe mantener con el Señor.
La Iglesia confiesa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no solo para la adoración sino sobre todo para “comer” (el primero de los verbos). El pan es para ser comido y, ya que este es Cristo, al comerlo entramos en total intimidad con el Señor.
Jesús, sin ambages, declara que se da como alimento. Y cuando los judíos se preguntan: “¿cómo puede darnos a comer su carne?”, él responde con un condicionante: “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”.
Así surge el segundo verbo: vivir. Si queremos tener vida verdadera y perdurable, debemos comer del Cuerpo de Cristo, entrar en simbiosis con él. El Señor incluso nos hace ver que el que coma de este pan estará tan unido a Él como Él esta unido a su Padre que lo ha enviado.
Por ello es esencial comerlo, como también asistir a misa el domingo. Incluso si no comulgo sacramentalmente, en la celebración construyo con los demás el Cuerpo de Cristo, juntos escuchamos la palabra de Dios en la que Él está realmente presente y actualizamos su entrega por nosotros en la cruz, así como su resurrección. Si encima de todo comemos de ese pan que es su cuerpo, la cosa llega a dimensiones supremas.
Comer, pues, la carne del Hijo del hombre y beber su sangre es esencial, es gesto radical que cimenta nuestra fe. Más aún, de ese beber y de ese comer dependerá que obtengamos vida eterna. Sepamos acercarnos a la mesa del Señor y compartir esa cena en la que nosotros somos los comensales y Cristo mismo es el alimento definitivo que nos permite la vida eterna.