Presbítero
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Sigue profundizando el evangelio en los primeros envíos que hizo Jesús a los suyos a anunciar el reino y las experiencias de ellos al esparcir la palabra de Dios. Lo esencial para la Iglesia es evangelizar y realizar la salvación por los sacramentos.
Pero hoy el evangelio no es una prioridad para la gente. El ser humano moderno es como el de los primeros siglos del cristianismo, vive un extravío sorprendente. Hoy todo es inmediatez, supremacía del dinero y búsqueda de satisfacciones efímeras, unido a la falta de fe, esto nos conduce a una severa esterilidad espiritual. El evangelizador constata cómo su mensaje choca con corazones duros.
Hoy lo más urgente es abrir el gusto de la gente, hacer su paladar. Solo tomando conciencia de la necesidad de Dios, saldremos a encontrarlo. Pero esa necesidad es acallada por el barullo de la vida moderna. Debemos aprender a discernir a Dios en su palabra, empezar a caminar hacia él, buscar su comunión.
Jesús lo hace. Él mismo, al enviar a sus apóstoles sabe que enfrentarían dificultades. El primer ejercicio de predicación era preludio incluso el martirio. No es raro que la primera palabra de Jesús a su regreso sea de consuelo: les invita al descanso, a la soledad edificante con él. El evangelizador necesita reposar en el Señor, su amor infinito; alimentarse de Dios.
Hoy constatamos que la gente no distingue siquiera sus urgencias básicas. Hay que atenderles con paciencia. Los que necesitan a Jesús urgen de una respuesta que transforme su realidad. Quizá no entiendan de Mesías, encarnación, redención, porque los supera la propia realidad, los asfixia la modernidad, los acosa este mundo inhumano.
Cristo, compasivo, nos manda atenderles sin mezquindad, iluminarles con su palabra. Él es la luz que ha venido a este mundo. El misionero sabe que debe anunciar a todos a ese Jesús, palabra de Dios hecha carne. Lo demás vendrá por añadidura.