El jueves 23 de junio del 2003 un barco pesquero semi industrial que zarpó de Puntarenas siete días antes explotó en el mar a las 3:45 a.m. Llevaba nueve tripulantes de los que solo cuatro lograron sobrevivir.
William Guadamuz, Saúl Quirós y Eliécer Espinoza, sobrevivieron 25 días sujetos a unas boyas. Esperaron por el milagro de un rescate en medio del mar tras ver hundirse el “Fu Fa Chen”, embarcación en la que viajaban.
Juan Francisco Poveda, nicaragüense, fue el único sobreviviente de otro grupo que también quedó a la deriva.
“Veo a los compañeros que perdí”
“Un par de veces he soñado que llego a una playa donde encuentro a los compañeros que no sobrevivieron”, recordó William Guadamuz, vecino de Manuel Antonio y ahora salonero del hotel-restaurante “Vela bar”.
“En mis visiones llego a esa playa y los encuentro”, prosiguió.
A Jorge Fernández, cuyo cuerpo nunca apareció, lo conoció en Manuel Antonio. A los otros fallecidos (Carlos Morera, Rónald González, Greivin Méndez y Alexánder Barrantes), solo los vio durante el viaje y en los preparativos del mismo.
“Logramos armar una gran confianza, un convivio y lo que más recuerdo de ellos es todo el apoyo de esos días. Era la primera vez que yo incursionaba en un viaje de tres meses. Siempre volvía a los 15 días”, explicó Poveda.
“Cada día es una historia”
“Me fui a ese viaje en busca de bienestar económico. Jamás pensé que íbamos a naufragar. Cada día es una historia diferente”, afirmó Guadamuz, un hombre moreno, fornido y el más pequeño de los sobrevivientes.
En el mar uno no duerme. Pasa toda la noche pensando en la familia. Había que soportar mucho dolor por insectos que causaban picaduras.
La noche era lo más duro. Algo terrible. Las bajas temperaturas, las corrientes y a veces las tormentas eran insoportables, dijo.
Cuando surgía el amanecer y se veía el sol en el horizonte se respiraba mucha paz. El mar se tranquilizaba y por un momento era como estar en tierra. Con el sol nacía una nueva esperanza. “Este sol nos va a dar doce horas de claridad y este día Dios nos va a enviar un barco”, relató Guadamuz, quien vio pasar 17 mercantes en esos 25 días.
“De la forma más primitiva”
A los diez días de no comer, el capitán y yo vimos acercarse una tortuga enorme. Imagínese. A como pudimos le comimos lo que pudimos y con los dientes, de la forma más primitiva, comimos carne cruda y tomamos sangre con el animal vivo, para calmar un poco la sed.
Otros días comíamos pececillos que se enredaban entre las boyas y con las manos los atrapábamos. “Yo soy una persona muy creyente y veía esas cosas como manifestaciones de Dios”.
Beber fue un poco más complicado. No siempre llovía y cuando ocurría eran tormentas muy fuertes.
Teníamos que agarrar agua a como pudiéramos y echarla en un recipiente que teníamos.
Una vez orando y pidiéndole a Dios que nos enviara lluvia, porque la sed era increíble, vimos que se acercaba algo flotando. Era un galón, no venía lleno, pero al probar vimos que era agua dulce.
Lo racionamos varios días. Tomábamos un trago de agua en la mañana, uno al mediodía y uno en la tarde, para sobrevivir.
Una noche, Eliécer (Espinoza), en un descuido, se tomó lo que quedaba. Hubo un problema. Gracias a Dios poco después se vino una tormenta.
Dos sosteníamos un plástico como si fuera un embudo mientras el capitán lo ponía en la boca de la botella. Obtuvimos agua.
Una madrugada un tiburón se enredó en las boyas y pensábamos que era el fin. “Fue impresionante sentir la potencia de ese animal. Nos hundió como metro y medio bajo el agua y nos volvía a sacar con un poder impresionante. Gritábamos ¡Dios sálvanos! hasta que el pez nos dejó en paz, concluyó Guadamuz.
Colaboraron Alejandro Nerdrick y Andrés Garita.
“Yo le enseñé a pescar”
Ricardo Quirós Vargas, puriscaleño de 74 años , nos recibió en su humilde casa en el centro de Quepos. Él es el padre del capitán del Fu Fa Chen, Saúl Quirós. “Yo lo inicié en la pesca así como a mis otros ocho hijos. Aprendieron primero a pescar y luego a caminar. Mi familia es de Guácimo y decidimos venirnos para acá porque allá no había trabajo como agricultor”, explicó.
“Gracias a la pesca me pude hacer de una lanchita que se llamaba “Mary Lady”. Todos aprendieron en ella a hacerse a la mar. Aprendieron el oficio, pero luego de lo que pasó con Saúl me arrepentí. Aún así tengo tres hijos que todavía pescan”, dijo pensativo.
“ Ellos creen que si dejan de pescar se mueren de hambre, hasta que no les pase un chasco como el que le pasó a Saúl no van a aprender. Cuando fui a recibir a Saúl al muelle fue una gran alegría. Me alegra que ahora el vive bien como chofer de buses”, agregó.
“Hace tres años no lo vemos”
De Eliécer Espinoza, otro tico que sobrevivió al naufragio, su familia en los barrios de Santa Marta y Davao en Batán de Limón, dice no verlo desde hace tres años. Su hermana, Ana María Solano Espinoza, comentó que la última vez que lo vio fue para un 15 de agosto.
Él se fue para Puntarenas. Dijo que se iba a quedar trabajando allá, sin embargo varios hermanos lo han ido a buscar y no lo encuentran. En el 2004 , Eliécer dijo a Al Día que “estaba lleno de miedos, desconsuelo y dolores de cabeza. Eso fue en Batán, sitio donde dejó su casa, esposa a sus cinco hijas y un varón.
Sufría consecuencias físicas y emocionales por lo vivido aquellos 25 días en el mar. “Yo le insistí en que no se fuera, que buscara trabajo por aquí, pero partió y nunca volvió a llamar” , dijo Ana María.
“Yo le decía que Dios le había dado una segunda oportunidad. El siempre lloraba al recordar el viaje”, puntualizó.
“El cuerpo siempre busca salvar la vida”
Candy Araya, nutricionista
¿Cómo explicar que sobrevivieran tanto sin comer?
Ante la falta de alimento el cuerpo busca de manera natural mecanismos de defensa.
¿En qué consiste?
Primero recurre a las reservas energéticas del hígado, luego a la grasa y a proteínas que recubren el estómago y extremidades (piernas y brazos).
¿Pero fueron 25 días?
La capacidad de supervivencia depende del estado nutricional de cada individuo. Por instinto de supervivencia al acabarse las reservas el cuerpo recurre a la proteína de órganos vitales, pero solo en última instancia.
Si eso ocurre ¿qué pasa?
Comienza un adelgazamiento y por lo tanto se debilitan los órganos vitales. Ese daño puede ser irreversible. La persona queda propensa a un ataque al corazón, como ocurre frecuentemente en los casos de anorexia prolongada. Esas personas casi siempre mueren de un infarto.
En el caso de estos náufragos ¿qué pudo ocurrir?
No todas las personas son iguales. Un atleta tiene más capacidad de responder a una situación así que una persona sedentaria. La contextura y el peso también marcan diferencia. Ellos sobrevivieron porque pudieron consumir algunas proteínas de productos marinos. Sin comida no se vive más de tres semanas.
¿Hay consecuencias?
A veces los riñones u otros órganos vitales quedan dañados o debilitados. Después de algo así se debe iniciar con una dieta blanda y progresiva.
¿En cuanto a la sed?
Eso sí es grave. Sin líquido no se sobrevive más de tres días.
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