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Domingo 17 de julio de 2011, San José, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero

asaenz@liturgo.org

Jesús usa otra comparación agrícola al hablar del Reino de los Cielos. Esta vez un sembradío de excelente trigo que alguien contaminó con mala hierba.

En el mundo se enfrentan cada día trigo y cizaña. Unas veces el mundo parece Reino de Dios, otras un charral. Dios sembró semilla excelente pero no tardó el Maligno en echar mala hierba. Pero esa mala hierba no se impondrá, será arrancada.

No nos sorprenda que el patrón prefiera que trigo y cizaña crezcan juntos. Escarmenar la cizaña es riesgoso porque se parece al trigo. Al final será más fácil arrancar la cizaña y echarla al fuego, almacenando el trigo en el granero. Ahora bien, si eso pasa en el mundo, también pasa en mi corazón. Mi vida acusa muchas veces presencia de trigo y cizaña. Lo importante es lo que seamos al final.

Pero, ¿cómo saber cuándo es el final?, ¿cómo mostrar fidelidad si me acostumbro a ser infiel? Trabajemos cada día para ser el mejor trigo de la cosecha.

Jesús explica la parábola: El que siembra es Él mismo; el campo el mundo; la buena semilla quienes pertenecen al Reino; la cizaña los del maligno, y el enemigo que la siembra el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los obreros los ángeles. Es muy claro. El mundo es un híbrido donde conviven seguidores de Jesús y quienes le rechazan. Pero, ¿cómo distinguirlos? El mundo será mejor o peor en la medida en que yo decida ser trigo o cizaña. Por eso: “¡El que tenga oídos, que oiga!”.

Jesús también compara el Reino con un grano de mostaza, diminuta semilla que produce un arbusto donde hasta anidan las aves. Si el Reino es como ese arbusto hermoso, fresco y generoso que acoge a todos, esforcémonos por consolidarlo.

Y el Reino es como levadura. Debemos procurar que fermente al mundo, que el amor de Dios se muestre en nosotros que somos su familia. El mundo se está haciendo y nosotros somos los obreros convocados a este campo de trigo dorado.