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Domingo 17 de julio de 2011, San José, Costa Rica

Esta ama de casa cumplió dos décadas con un órgano trasplantado por el médico Longino Soto

Blanca palpita con latidos prestados

Gloriana Corrales

gloriana.corrales@nacion.com

Limón. - A Blanca Vega le vaticinaban tan solo un día más de vida si no aparecía el corazón que necesitaba, nada podrían hacer.

El 3 de julio de 1991, el virtuoso cirujano Longino Soto entró tan eufórico a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital México, que ella no comprendió de inmediato la noticia: habían encontrado al donador del órgano que le devolvería una vida normal.

“En ese momento yo sentí tantas cosas... nunca se me olvidan. Sentí alegría, miedo y tranquilidad al mismo tiempo. Tantas cosas... Fue cuando dije: ‘gracias, Señor, por escuchar mis plegarias’”, comentó la más longeva sobreviviente a esta clase de cirugías en toda Latinoamérica.

Esta risueña mujer —aunque no se atreve a describirse así— celebró este mes 20 años de vivir con un corazón ajeno.

Su vida es como la de cualquier otra persona, pues de ese padecimiento que le debilitaba los músculos del corazón tan solo le queda el recuerdo y una cicatriz que atraviesa, en línea recta, desde el pecho hasta el abdomen. Eso sí, debe tomar 20 pastillas cada día.

El 14 de octubre cumplirá 59 años, pero asegura que le da más valor al día en que dentro de su cuerpo comenzó a latir el corazón que era de Jackson (el donador). “Para mí lo más importante es el nuevo nacimiento”, asegura.

Cinco años de angustia

El calvario para doña Blanca empezó a sus 33 años, cuando tuvo que hacer frente a tres infartos en menos de 12 meses.

El corazón de Vega se debilitó poco a poco, ya que los músculos que se encargan de bombear sangre a todo el cuerpo iban dejando de funcionar. En el momento de la cirugía, ya solo le servía uno, pero trabajaba muy lento.

Caminar más de 25 metros, subir una cuesta o escaleras era misión imposible para esta mujer turrialbeña. Debido a la baja capacidad cardíaca, el más mínimo esfuerzo le causaba ahogos.

Desde entonces, los médicos le advirtieron que el único remedio para su padecimiento era un trasplante de corazón. Sin embargo, en el país aún no se realizaba esta clase de procedimientos.

Longino Soto, el impulsor de los trasplantes cardíacos (falleció el 13 de octubre del 2010), le pidió paciencia porque primero debía experimentar con animales para mejorar la técnica.

Doña Blanca es divorciada. Cada vez que la internaban, debía dejar a sus hijos solos. Antes de la cirugía, estuvo hospitalizada un año y un mes.

Minor, el mayor de los tres hermanos, tenía entonces 14 años. Trabajaba en construcción para mantener a los otros menores, de 12 y 10 años.

Cada dos o tres días, iban a ver a su madre al hospital. Fueron sus únicas visitas.

“En esos cinco años yo me cuidé muchísimo, pero pasaba más en el hospital que en mi casa. Fue muy duro porque yo era joven y tenía familia”, manifestó Vega.

El 4 de julio, cuando entró al quirófano, tuvo miedo de no salir de ahí, pues afirma que no sentía mucha fe y recién había enfrentado la muerte de su madre.

La operación duró ocho horas. Cuando despertó, no le dolía nada y los médicos le dieron buenas expectativas.

“Dios me devolvió porque en ningún momento vi oscuridad ni nada parecido. Solo vi una luz muy brillante y oí una voz que me decía: ‘todavía no’. Era una voz muy linda que en ninguna parte he escuchado”, afirmó.

El temor volvió a apoderarse de ella cuando le informaron de la muerte de Juan Rueda, a quien Soto le hizo el primer trasplante de corazón. Pensó que seguía su turno de partir, pues en ese momento eran los únicos dos casos en el país.

Este cirujano se convirtió en casi un padre para doña Blanca. Cuando se jubiló, estuvo aún más al tanto de su salud.

Para el 20 aniversario, este médico ya no estuvo, pero en el hospital heredaron la tradición de hacerle un recibimiento a Vega cada 4 de julio. Ella asegura, con una voz un tanto melancólica, que aunque “el doctorcito” ya partió, no la ha dejado sola.

Saca provecho de la vida

Además de un corazón, a Vega le regalaron una casa en Salitrillos de Aserrí. No obstante, prefirió el ambiente tranquilo y caluroso de Pocora, Limón.

Ahí vive desde hace 10 años con Ronald Meléndez, su pareja. Ninguno piensa en casarse, dicen estar bien así. Cuando tienen tiempo libre, van a un río cercano a pescar, uno de los pasatiempos favoritos de doña Blanca.

Ella se confiesa aún más feliz desde hace cuatro años, cuando se hizo cargo de sus sobrinos Luz Cristina y Jeffry.

“¿Qué es lo más importante para mí? La salud para todos, no solo para mi familia, sino para todas las personas. Así es como debería ser”. Ella tiene la ilusión de llegar al menos a los 25 años con este corazón nuevo.

Le queda un sueño pendiente: ir de paseo a Manuel Antonio, pues el mar solo lo conoce desde la ventana del hospital de Limón.