Erick Vega nació sin vesícula. Cuando tenía un mes y medio, su piel se tornó amarillenta y así le descubrieron un daño en el hígado.
Don Juan, su padre, recuerda que con el pasar del tiempo se le iba hinchando el vientre y por eso no podía jugar como los demás niños.
Al cumplir los tres años y medio, los médicos le dieron tres meses de vida. Estaba en lista de espera en el Hospital Nacional de Niños. Según su padre, de todos los pequeños era el que menos oportunidad tenía de vivir.
La apremiante situación hizo que un grupo de médicos japoneses analizara la posibilidad de que alguno de sus padres le concediera una porción del hígado. En el país nunca se había hecho una cirugía con un donador vivo.
Ambos eran compatibles, pero decidieron que lo mejor sería que la madre no fuera donadora para que se encargara del hogar y del cuidado del niño.
El 31 de octubre de 1999, un día antes de que al pequeño lo hospitalizaran para prepararlo, los padres lo llevaron ante la Virgen de los Ángeles.
La intervención resultó exitosa; al día siguiente ya tenía un color normal. Durante un año, el niño debió permanecer solo en una habitación de la casa. Únicamente su madre entraba para limpiarlo con alcohol.
Erick está sano. Tiene 15 años y cursa el sétimo año. Sus compañeros de colegio ni siquiera saben que es trasplantado. Cada año, la familia acude a la Basílica para dar gracias.