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En la columna pasada lamentaba el descuido de algunos padres hacia la seguridad de sus hijos. Señalaba que muchas veces los padres no miden las consecuencias de no tener una actitud vigilante hacia sus hijos en medio de tanta gente perversa que, desgraciadamente, tenemos en nuestra sociedad.
Pero hoy quiero hablar del caso opuesto: Los niños, niñas y jóvenes que nos representaron en las Olimpiadas Especiales de Grecia.
Decir que una delegación de deportistas ganó ciento seis medallas es fácil. Pero el trabajo y la dedicación que hay detrás de eso es verdaderamente un esfuerzo “olímpico”.
Merece toda nuestra admiración la perseverancia de todos estos niños y jóvenes para alcanzar sus metas. Todos ellos son luchadores incansables que se imponen a sus condiciones especiales y a las limitaciones que les plantea la misma sociedad.
Pero sobre todo, es de ovacionar el amor con el que sus padres los protegen, los apoyan, los llevan a entrenar, les consiguen sus implementos y les dan confianza para ir en busca de sus sueños.
Mención especial merecen los entrenadores y maestros de todos estos niños y jóvenes, quienes con amor y respeto los guían cada día.
Esta es una muestra de muchas personas que cuidan con amor a los niños especiales. La gran mayoría queda en el anonimato. Quizá no son medallistas olímpicos. Pero sí son valientes que cada día luchan por superar pequeñas metas personales para mejorar su vida.
Mi admiración y respeto para todos ellos.
