Limón.- Sandra Hall, de 60 años, es negra, robusta y muy alegre, “como casi todas las negras”, afirma riendo a carcajadas.
En sus manos hay restos de harina y, acomodada en un sillón de la sala de su casa, trabaja una fina masa con la que confía preparar decenas de pastelitos (“muffins”) y un centenar de cocadas.
Aunque el cielo está nublado y hace mucho calor, una brisa fresca con el inconfundible aroma a salitre, me recuerda que estamos en un barrio limonense. Son las 11 a.m. del jueves 16 de junio.
Toda su vivienda, en el barrio Santa Eduviges, huele a canela y a repostería recién horneada.
“Yo aprendí cuando tenía 10 años viendo a los adultos y ahora le enseño repostería limonense a muchos jóvenes para que sean hombres de bien y se alejen de las drogas”, exclama Sandra. No deja de sonreír, se acomoda su pañuelo rojo en la cabeza y camina lento hacia un viejo, pero limpio y poderoso horno de ladrillos que alimentan con leña.
“El secreto es usar los ingredientes que lleva cada receta, en su medida justa, aunque salga más caro. También las paredes de ladrillo del horno porque le dan un sabor especial al pan”, afirma, mientras acomoda las bandejas metálicas con cocadas, pasteles, “pan bon” y “pan de negro”.
Legado limonense
La pastelería, auténticamente caribeña, sobrevive gracias a mujeres limonenses como Sandra, quien está convencida que “debemos dejar las recetas a los jóvenes, enseñarles a cocinar lo nuestro, para que la tradición no muera cuando nos vayamos...”.
La comida limonense bulle de sabor y alegría casi en cada esquina del centro de la ciudad de Limón, también en los barrios.
“Patí”, “rice and beans”, “rondón”...
Un “patí”, “rice and beans”, sopa de jaibas, “rondón”, bacalao, “plantintá”, fruta de pan, sesos, sopa de mondongo... y más. Lo que a usted se le antoje, lo encuentra en la más sencilla soda, en una vieja casa de madera, o en espaciosos restaurantes.
“Yo llevo más de 50 años preparando “patí”, cocadas, y comidas caribeñas , actualmente por encargo. Nuestras tradiciones no deben perderse”, afirma Zaida Hibbert, de 63 años, vecina de Corales II, conocida como “Mami”, quien dice enseñar “mi herencia” a hijos y a varios de sus 21 nietos. Vende sus productos al costado oeste del colegio técnico local y aunque ahora sale poco, “no como antes que iba a todo lado”, muchas personas la buscan para comprar sus productos.
Manjares con sabor a Caribe
En el centro de Limón, otra mujer que ha luchado para mantener vigentes las tradiciones de su pueblo, defiende la “cuchara caribeña” y afirma que “los platillos limonenses son apetecidos por todo el mundo”.
Hace cinco años abrió el restaurante Caribean (costado oeste de la Catedral) y cuenta con una amplia clientela, la mayoría funcionarios de diversas entidades estatales y privadas.
“Ofrecemos desde una sopa de jaibas hasta un ‘rice and beans’ con pescado, pollo, bistec y una variedad de reposterías caribeña”. Se puede degustar de un pudín de tiquisque y pastel de maracuyá.
En el centro también funciona el Black Star Line, uno de los más conocidos de la ciudad, mientras otros locales, más pequeños, se abren paso silenciosamente.
Funciona en una de las casas más antiguas de la ciudad, declarada incluso Patrimonio Histórico hace algún tiempo.
“Hay negocios por todo lado y tenemos mucha competencia. La comida limonense gusta a todo el mundo y eso es bueno...”, comenta Sandra Taylor, una de sus dueñas quien recordó que “llegan excursiones y universitarios”.
A unos 300 metros, funciona, junto a la llamada “chicharronera”, la soda “Nela”, atendida por su propietaria, Bridget Norman, de 69 años. “La comida limonense es tan buena que tenemos una soda o restaurante cada 25 metros”, exclama con humor.
Ella cocina los platillos, haciendo gala de recetas heredadas de sus ancestros, de las que prefiere no hablar.
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