Sé ganar y aprendo a perder. Aprendo, tan solo aprendo, intento, asimilo, mastico, digiero, pienso, siento, apechugo.
Quizás en recientes días me haya puesto un paso adelante de Mourinho, Pepe y cuanto aficionado al Real que no termina de aceptar la derrota, repasan el vídeo, acusan al árbitro, lo maldicen, piden exhibirlo “chingo” en la Cibeles.
No busco culpables.
El Real Madrid ganó la Copa del Rey, de la princesa, del príncipe, de todos los cuentos de hadas juntos. Tomó más, quizás, de lo que el mundo le permitía. Lo hizo con méritos, con aplicación y oficio, hasta que la Liga de Campeones, planteó el reto de saber perder. A veces pienso, ¡y de nuevo el fútbol se me parece a la vida!, que quien aprende a perder también gana.
“Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones -dice un poema de Benedetti- la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite, huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios”.
A Mourinho le cuesta perder, tan acostumbrado a ganar.
El genio que secó a Messi con un leñador como Pepe (¡¿a quién se le habría ocurrido?!), debe aceptar que jugó al límite. “¡No lo pegó!” -dicen mis amigos madridistas-. “Si lo pega, lo manda al hospital” -les respondo un intento por ver el fútbol con la razón y menos con el corazón-.
Liquidada la serie -o casi- tropiezo con “La gente que me gusta”, el poema de Benedetti del que les hablaba. Comercial: recomendado para aquellos que sientan algo que late entre pecho y espalda.
“Imposible ganar sin saber perder. Imposible andar sin saber caer. Imposible acertar sin saber errar. Imposible vivir sin saber revivir. La gloria no consiste en no caer nunca, si no en levantarse todas las veces que sea necesario...”.
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