Nacionales
Domingo 20 de noviembre de 2011, Costa Rica

Indígena que no hablaba español fue condenada por crimen

Olivia guarda silencio

Otto Vargas M.

ovargas@nacion.com

Te mordiste los labios, Olivia y guardaste silencio cuando el juez Juan Carlos Peralta anunció que irías 13 años a la cárcel por el homicidio de tu hermano, el curandero guaymí Joaquín Bejarano Bejarano, de 30 años.

Y no es que no tuvieras nada que decir; simplemente no lograste comprender lo que aquel que creías un abogado, cuando en realidad era el juez, pretendía que entendieras.

–Yo no entendía y el abogado me contestó como tres o cuatro veces, pero yo no podía contestar porque no estaba entendiendo. Mi esposo me dijo a mí que era darnos 13 años y yo acepté. Yo le dije: sí...

Era la mañana del 18 de diciembre del 2008.

A Joaquín Bejarano, una especie de “krokodiangas” (curandero en lengua guaymí o gnöbe) lo molieron a palos el 21 de enero del 2008 en el territorio indígena de Copey de Limoncito, Coto Brus.

Algunos en la reserva lo acusaban de “poseer” a cinco familias con sus brebajes de cacao... y sabrá Dios qué más.

Desde que entraron en la cocina, Joaquín supo que le había llegado su hora.

¡Si hasta fue un crimen familiar! Vos, tu hermano Genaro, tu esposo Ceferino, tu vecino Rubén... a todos se los llevó el OIJ.

Una vez muerto, al curandero le colocaron un libro en la cara, quizá para no ver su rostro de espanto. En vida lo último que hizo Joaquín Bejarano fue levantar los brazos para protegerse.

Rumbo a prisión

Te mantuviste inexpresiva, Olivia, cuando un agente de la Policía te volteó para esposar tus manos callosas. No es que no sintieras temor. Por generaciones, tus ancestros han desconfiado del “hombre blanco”; te cuesta entender su cultura.

–Es por su seguridad, te explicó el oficial.

¿Quién iba a creerles que el crimen era un acto de “limpieza” necesario, como ustedes lo concibieron, en vez de un homicidio calificado, como acusó la Fiscalía?

Calzabas unas botas de hule y un vestido largo de coloridos hilos. Creíste que volverías pronto a Copey y por eso no te cambiaste de ropa. Luego lo lamentarías.

La directora de la cárcel para mujeres te consiguió algunas prendas usadas. Fue el día en que perdiste tu libertad, ¿recuerdas?

–Olivia Bejarano Bejarano, te llamó a secas el juez antes de anunciarte que estabas condenada a 13 años y cuatro meses de cárcel por matar a tu hermano.

No supiste qué decir; no entendías. Tu torpe español se quedó atascado en la garganta como una cucharada de leche en polvo.

–¿Usted entiende en qué consiste lo que vamos a hacer ahorita? ¿No entiende? Vea, lo que se está proponiendo es que el señor fiscal lea los hechos por los que están siendo acusados para darles un procedimiento que se llama abreviado.

–Eso significa que usted acepta los hechos por los que está siendo acusada y como beneficio va a obtener un rebajo de la pena. Usted tiene que aceptar los hechos y la pena; no va a ir a juicio. ¿Ahora si entiende?, te preguntó el juez

¿De verdad no entendiste?

Creo que entre tu lengua ngäbere y el español existe un abismo cultural casi insondable.

Anhelo de libertad

Cuando alegaste que no hablabas español, te restregaron en la cara que de tu puño y letra habías firmado un documento.

Hasta tu defensor consideró innecesario un traductor guaymí. Incluso el fiscal, el defensor y el juez estuvieron de acuerdo con tu sentencia.

Asentiste, pero quizás pensando que solo así podrías regresar a casa, junto a tus hijos.

Lo cierto es que no entendías lo que en esa sala de juicio del cantón de Corredores pasaba. Asentiste porque estabas segura de no haber hecho nada.

–Él nos daba esa cosa de cacao y nos volvía locos, dijiste. Pero en respuesta obtuviste silencio. Tu suerte estaba echada.

Te esperaba una larga sentencia, pese a que tu participación se limitó a “agitar la situación de violencia”. Al menos así lo dice la acusación.

De tu falta de español dieron cuenta los personeros de la Defensoría de los Habitantes que acudieron en tu auxilio.

Ellos se percataron de tu empobrecido español. Por eso el día de tu condena guardaste silencio

–Yo no sabía cómo era esto de la cárcel, dirías luego a un periodista de La Nación. El reloj yo no lo sabía ni el teléfono. Antes yo no hablaba.

Vuelta a casa

Todavía te cuesta conjugar verbos. En prisión tuviste notables avances en tu español.

Pero te aislaste. Sobrecogida en la soledad de un rincón oscuro, soñabas con que de un momento a otro las puertas del presidio se abrieran y te dejaran regresar con tus dos hijos, de 6 y 9 años.

El 21 de diciembre del 2010, el Consejo de Gobierno te otorgó un indulto y tu caso hizo que la Corte sometiera a revisión 73 expedientes en los que figuran como imputados indígenas.

Así lo ordenó la Subcomisión de Pueblos Indígenas del Poder Judicial, que recomendó verificar, en cada legajo, si se utilizó un intérprete y si se hizo el estudio cultural.

Es el 22 de diciembre del 2010. De repente te veo salir de prisión, regordeta, pelo azabache que cae indómito hasta la mitad de la espalda. Es casi la víspera de la Navidad.

Llevas en tus manos un pequeño banco decorado con la imagen del osito “Winnie the Pooh” en pintura mate.

Fue la última artesanía que hiciste en prisión y deseas entregarla al menor de tus hijos.

No sonríes. Es un momento de alegría, pero guardas silencio. Sin detenerte a responder las preguntas de los periodistas que aguardan tu salida, te diriges hasta un carro.

Horas más tarde, abrazas a tus retoños. Eras una mujer libre de barrotes... y del curandero.