Periodista
Era noviembre y don Paco Chaves preguntó que si me dejaban ir y mamá dijo que sí, y nos levantamos a las 3 de la mañana y salimos en la microbús Volkswagen medio dormidos y felices rumbo a su finca en Heredia.
Y cuando llegamos todavía estaba oscuro y se veían las estrellas solo que con el cielo más clarito, y un señor que no conocíamos nos dio un canasto de verdad, no de plástico y un mecate raído y un saco viejo y una aguadulce pelando y una tortilla con queso y ese fue el desayuno.
Y nos llevaron al cafetal y nos dijeron cuál calle nos tocaba, y como no sabíamos cómo se hacía, había que pegársele al que sí sabía, y el cogedor nos explicó que solo los granos maduros, que nunca los verdes, que sin hojas y que cuidado con los gusanos que ortigaban y que si nos pasaba había que restregar al gusano y ponérselo en la ortigada y nosotros pelamos los ojos porque en la madrugada era difícil ver a los bandidos bichos.
Y en eso la mañana cayó como una catarata y el sol nos picaba en la nuca y aunque hacía calor, era mejor sacar la tarea con manga larga porque las hormigas muerden duro y cuando pesaba mucho había que vaciar el canasto en el saco y cuando cruzamos el río con el saco casi lleno, se nos mojó el café y caímos sentados y nos reímos toda la vida de esa babosada, y nos pagaron con boletos y la siguiente semana nos dieron siete cincuenta y nos compramos un montón de cosas porque era mucha plata y rajamos para siempre de saber lo que es llegar a un cafetal y cosechar el bendito grano que tantas alegrías nos ha dado y nos sigue dando. ¡Bendito sea don Paco y bendito sea el café!