Periodista
A veces uno piensa que la vida es para toda la vida.
Que los papás, los hermanos y ese tiempo en que convivimos y del que a veces nos quejamos tanto, va a ser para siempre.
Que los hijos van ser niños y estarán bajo nuestra lupa por los siglos de los siglos.
Que algún día tendremos tiempo para leer todos los libros que compramos y que aguardan pacientes en la mesa de noche a que les tomemos el gusto.
Que en la de menos habrá un golpe de suerte, un cambio de costumbres y podremos salir a caminar la tarde completa con la agenda limpia, sin preocuparnos de la presa de las seis, de la hora pico o el tiempo extra que vendemos al trabajo y le robamos a la familia.
Y hacemos planes.
“Que en Navidad si Dios quiere...”, “Que con el aguinaldo tal cosa...”, “Que dejé un apartado para sacarlo después...”, “Que mañana me pongo a dieta y pasado mañana engordo...”.
Y compramos agendas de papel o electrónicas, planificamos el tiempo, organizamos las horas y nos compramos esos pequeños tiranos que llevamos en la muñeca para que nos recuerden que el tiempo pasa, pero igual, nos importa poco.
¿Y si la vida fuera frágil como quebrar un lápiz? ¿Y si la agenda se queda a medio palo y pendiente la lista de pendientes? ¿Y si Dios no quiere y ya tiene nuestro nombre en la lista de la remesa de almas del año, o el mes, o el minuto entrante?
El futuro es hoy. Todos somos hoy y ahora. Ya es el tiempo de salir a repartir besos y abrazos, a decir te quiero y me hacés falta, sos imprescindible y me tengo que ir.
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