Presbítero / asaenz@liturgo.org
Dos temas se entrelazan este domingo: la conversión y la toma de conciencia de nuestros errores para rectificar nuestros pasos.
La conversión es cambio de ruta para asumir la voluntad de Dios. “Conviértanse”, propone el Mesías a quien escucha su mensaje, porque “el reino de los cielos está cerca”.
Pero, ¿qué significa “reino de los cielos”? El reino habla del amor con que Dios nos ama y que se revela, enorme y descomunal, en Jesús, Dios humanado.
El Hijo de Dios hecho hombre manifiesta ese amor infinito y nos propone el plan del Padre: acoger la buena noticia de Jesús que dice “el reino está cerca”. Porque Él mismo es el reino, el amor de Dios hecho carne y con nosotros.
El otro punto es la vocación. Hoy San Marcos propone la llamada de Jesús a cuatro sujetos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Ellos son sacudidos por la llamada de Jesús que les pide entender que hay cosas importantes y otras mucho más importantes.
Ellos, aprenden literalmente que “queda poco tiempo”, y que las cosas de este mundo nada significan frente al proyecto de Dios.
Por ello, ante esa llamada a una vida nueva, no dudan en dejar trabajo, empresa, prosperidad, o incluso familia.
Aquellos hombres, rudos pescadores del mar de Tiberíades, habituados a echar las redes para sacar algo que les permita la supervivencia, reciben una propuesta muy singular, casi incomprensible: junto a Jesús pasarán a ser pescadores de hombres, ya no trabajarán por lo pasajero, ni se desgastarán en tareas intrascendentes. De aceptarla servirán a Dios y atraerán a Él a los redimidos por el amor.
Hoy se nos plantea un privilegio que no todos acogen: trabajar por el reino de los cielos, anunciar el perdón de Dios a quien tanto lo necesita. Y a pesar de “dejarlo todo” no es abandonar nuestras realidades, sino más bien saber poner a Cristo en el primer lugar. Lo demás vendrá por añadidura.