Nacionales
Domingo 22 de enero de 2012, Costa Rica

Cabañas, senderos y pesca desde las nacientes del río Macho

Paraíso de truchas y verdor en el Cerro

Hugo Solano

hsolano@aldia.co.cr

El Guarco y Dota.- Las faldas del Cerro de la Muerte, irrigadas por las frías aguas del río Macho y sus afluentes, dejaron su mística soledad a un lado.

Docenas de familias que vivían de convertir los árboles en maderas y carbón, ahora los cuidan como un tesoro que salió a relucir, cuando descubrieron que miles de turistas se enamoraron del páramo al llegar atraídos por la pesca de truchas.

Unas señales de cemento o mojones al lado de la vía son, en estas latitudes montañosas, la mejor guía de ubicación. Con pintura roja y amarilla indican el kilómetro por el cual se transita y los conductores pueden ubicar así los sitios de pesca. Los dueños lo usan para ese fin.

En el kilómetro 78 está la estación del Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura, de donde salen cada año millones de truchas recién nacidas que los finqueros compran y al año las pescan los turistas.

Aquella zona de paso entre San José y Pérez Zeledón, se abrió así a los viajeros.

A escasos tres kilómetros de la carretera Interamericana sur, entre caminos accesibles por automóviles, poblados desconocidos para muchos como La Esperanza, Copey, Macho Gaff, La Trinidad, Tres de Junio, El Empalme y Ojo de Agua, diversificaron sus economías.

La cría de truchas para la pesca es lo primordial, sin dejar de lado el cultivo de moras y hortalizas, así como actividades de ganadería lechera y la explotación maderera.

Más cerca de lo que se imagina

Con solo dejar la Interamericana en el kilómetro 64 y tomar el atajo que está a la izquierda, el silencio se adueña del paisaje, constituido por árboles de tonalidades verdosas que van desde lo claro al oscuro profundo. En ellos resaltan, rojizas, las epífitas y burbujas de lana que cuelgan de los troncos.

Al otro lado del camino algunos cultivos de papa en laderas se alternan con el bosque. Una pequeña pendiente desemboca en las casas de la familia Solano, que administra el proyecto Selva Madre. Un restaurante, un rancho enorme y un lago rodeado de árboles y pastos reciben al visitante. “Amadeus” es un perro negro, labrador, que aperezado levanta su cabeza a nuestra llegada.

El tibio sol no es suficiente para calentar. Una brisa muy fresca de aire puro bambolea las copas de robles, jaúles, magnolias y aguacatillos y provoca un frío que obliga a acudir al abrigo.

Más de 15 fincas están abiertas para paseos de un día, pero propiedades como Lagos Santa Ana, en el kilómetro 62 o Cabinas Chacón, en San Gerardo, a lo alto de cerro (kilómetro 80), tienen cabañas para pernoctar. También lo puede hacer en el mirador de Quetzales, en el kilómetro 70.