Acostumbrada a coser, un día, hace 15 años, Digna Prado decidió cambiar de oficio y compró las primeras 200 truchas pequeñitas.
Las frías nacientes de agua que tiene su finca eran ideales para hacer estanques y desde entonces su mayor alegría es ver cómo los clientes llegan por la exquisita receta que vende en su restaurante, junto a los lagos.
En el kilómetro 63 se dobla a la izquierda, si va en el sentido San José - Pérez Zeledón. Niños de mejillas rosadas por el frío se ven en los poblados. Hay vacas y sembradíos de papas y cebollas. También hay partes boscosas a los lados de la calle polvorienta que lleva hasta ese remanso, que está a tres kilómetros de la Interamericana.
“A veces llegan grupos grandes. La mayor visitación es en Semana Santa”, dice doña Digna, de 66 años.
Su hijo Minor le ayuda en la atención a los viajeros, en su mayoría clientes recurrentes, que gustan de la trucha frita con un empanizador que lleva harina, pimienta y sal.
El platillo va acompañado de yuca y ensalada. Los clientes también compran queso y leche de su finca.
“Todas las semanas alguien nuevo llega. Me alegra ver cómo pasan un día diferente. Viendo la naturaleza y pescano, renuevan fuerzas”.