Nacionales
Domingo 5 de febrero de 2012, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga

Presbítero / asaenz@liturgo.org

Dios envió a su Hijo al mundo, no como espíritu invisible y ajeno, sino tomando nuestra carne, viviendo como uno de nosotros. Jesús no vino al mundo para informar a Dios de nuestras faltas. Vino, compasivo, a mostrar la misericordia divina.

Jesús da sus primeros pasos. San Marcos nos dice que, tras escoger a sus primeros apóstoles, el Señor entra en casa de Simón Pedro y se entera que su suegra está enferma. Compadecido, asume ciertos gestos: se le acerca, “toca” su mano, la levanta de su lecho y la fiebre “huye”. Jesús la libera de la opresión.

Estos signos de Cristo caracterizan su misión. Él viene a identificarse con el que sufre, con el pobre y el oprimido. Nosotros cabemos en estas categorías: sufrimos, somos pobres, aunque tengamos algunos bienes, estamos oprimidos por el mundo, y si hacemos alarde de valentía y arrojo de seguro fracasamos. A todos, y especialmente cuando aprieta la crisis, a todos nos puede liberar Jesús. Pongámonos, pues, en sus manos.

Es muy llamativo que la suegra, una vez sanada por Jesús, se deja levantar por Él y de inmediato suprime la vulnerable de la enfermedad y asume la tarea propia del creyente: se pone a servir a los demás, ejerce la virtud de la hospitalidad.

Jesús sigue curando en el poblado. Pero de madrugada sale a rezar, y en oración determina que es llegado el momento de llevar a cabo su tarea, que si bien implica ser compasivo con el que sufre, es sobre todo el anuncio del Reino.

Jesús se nos presenta compasivo y misericordioso, se acerca a todo el que le abra la puerta, como portavoz de un anuncio liberador del pecado y de la muerte, que el Padre nos envía por su medio.

Abramos las puertas a Cristo para que nos sane y nos dé la salvación. El, si se lo pedimos, será capaz de levantarnos de la postración en que vivimos. Pero recordemos que, al recibir Su libertad, tendremos que ir a servir a los demás, especialmente a los más pobres.