Todo tiene dos lados como la Luna. Y de cada cara hay una versión según quien la mire o la cuente.
No es igual la de América para los de un lado que para los del otro.
Un partido de fútbol tiene tantas lecturas como ojos lo miren.
Hasta el cuento de los tres cerditos cambia si se narra desde el punto de vista del lobo: “Yo soy inocente. Siempre se trató de tres delincuentes juveniles...”.
En estos tiempos, donde todos nos hemos apropiado del derecho a la libre expresión más que nunca en la historia del mundo y mucho gracias al “boom” de las redes sociales, tal vez cabría esa pequeña pausa para considerar otros puntos de vista además del nuestro, en relación a los temas que nos ocupan, y nos afectan aunque parezcan lejanos, antes de opinar sin ton ni son.
Si el mundo es un pañuelo, de fijo que alguna esquinita nos corresponde llenar.
Si es una aldea como decía Marshall McLuhan, no hay duda de que somos una parte de ella.
A menudo me topo con actitudes, palabras y opiniones radicales, intolerantes, excluyentes no allá lejos tipo documental de National Geographic, sino aquí en mi propia cerca.
En los muros virtuales y en los reales hay palabras que dibujan actitudes; actitudes que esbozan posiciones; posiciones que definen a un país.
Creo en la libre opinión y me encanta cuando ésta se respalda en argumentos sólidos que me guían a estar a favor o en contra con madurez y seriedad. Pero ya lo dijo Mark Twain: “Toma solo dos años aprender a hablar y sesenta aprender a callarse”.