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Domingo 14 de agosto de 2011, San José, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero

asaenz@liturgo.org

¡¿Qué fuiste a hacer, Jesús, al país de Tiro y Sidón, tierra de paganos enemigos de Israel?! ¿Acaso fuiste allá movido por una fuerza interior? Sin duda algo buscabas.

Una mujer te sale el encuentro. No sé cómo te reconoce y, desesperada, te grita: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está atormentada por un demonio”. Y tú no le respondes. Me impresiona cómo ella realmente cree en ti, porque sin desesperar te sigue por las calles atrayendo la atención de las gentes.

Los apóstoles dirán, “Señor, atiéndela, nos persigue con sus gritos”. Pero tienes razones para no hacerlo: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

Por fin te alcanza y, postrándose ante ti te repite: “¡Señor, socórreme!”. Sin reparo alguno le recuerdas que no es hebrea, y con dureza dices: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.

Tus drásticas palabras se explican solas. ¿Qué haríamos nosotros en una crisis aguda? Cuando faltaran los alimentos, los primeros en perder la dieta asignada serán las mascotas. El pan será prioritariamente para los hijos. Los demás pasan a segundo plano.

Pero la mujer fue muy lista y concibe una réplica perfecta: “¡Y sin embargo los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”

Quizá esta haya sido la señal que buscabas en esas ciudades paganas. Tenías que comprender que el pan de tu Palabra alcanzaría para judíos y paganos. Aquella mujer ha terminado por convencerte de que puedes alimentar a todos los pueblos de la tierra. Se te abre en panorama y reconoces en la mujer su inquebrantable fe: “¡qué grande es tu fe!, dándole el premio que había buscado ansiosamente: ¡Que se cumpla tu deseo!. Y su hija quedó curada.

Gracias a ella quienes no somos hebreos recibimos tu Palabra y creemos en la verdad abrazados a ti. Gracias por tu sensibilidad y por alimentarnos con tu amor.