San Carlos. - En el pequeño barrio Lourdes, distrito sancarleño La Palmera, vive rodeada de plantas medicinales, árboles de naranja, limón, maracuyá y un cacaotal, sin más compañía que 10 perros de diversas razas, María Francisca Morales Matamoros
A sus 78 años, la agradable campesina, nacida el 9 de marzo de 1933 en La Peña de Zarcero, en vez de descansar sigue activa en labores agropecuarias, como si solo tuviera 18 años.
A esa precisa edad comenzó su larga trayectoria de servicio a la humanidad como partera empírica.
Ayudar a que cientos de mujeres dieran a luz sin complicaciones fue su vocación durante casi 40 años y durante ese tiempo asegura haber cortado 503 ombligos.
El último fue el de Manrique Salazar, productor agrícola a quien ve esporádicamente.
Se retiró hace un cuarto de siglo, cuando las empíricas cedieron su espacio a obstetras y ginecólogos, pero aún siente deseos de seguir colaborando.
Afamada partera
Bajita, delgada, cabello blanco, rostro arrugado por el paso de los años y voz firme, la figura de doña Francisca –como muchos la conocen en Lourdes – difícilmente pasa inadvertida.
Casi todas las familias del pueblo han tenido que ver con ella.
La madrina, la dadora de vida –como otros la llaman con cariño y respeto, llegando casi al borde de la veneración – es tan conocida y afamada como el volcán Arenal. “Primero fui madre. Luego abuela y hoy bisabuela gracias a ella, que me ayudó a traer al mundo a ocho de mis nueve hijos”, dice Estelia Rojas Alfaro, quien la llena de elogios por todo lo bueno que ha hecho.
La primera vez, María Francisca aprendió de su tía Elisa el delicado oficio de partera.
“Corría el año 1951 cuando me tocó, solita, atender el primer parto. Al principio sentí nervios, ya que tenía claro que si cometía un error, podía significar la muerte de la madre y del niño.
“Antes de tomar la tijera para cortar el primer cordón umbilical, puse todo en manos de Dios y la Virgen.
“Durante las casi cuatro horas que duró la labor de parto, me puse tensa; sudé, pero luego respiré profundamente cuando el niño nació. La sensación de alegría fue enorme, pues había pasado la prueba”, rememora Morales, viuda y madre de únicamente un hijo.
Ella afirma, con cierto orgullo, que todos los 503 partos que atendió resultaron exitosos pese a las limitaciones de la época, como la falta de agua potable, servicio eléctrico y caminos en buen estado. “No se me murió ninguna madre ni el recién nacido. El éxito fue obra exclusiva de Dios”.
Nada la detuvo
Desafiando al peligro, María Francisca, reconocida y tenaz defensora de los recursos naturales, hizo de partera en una época en que en San Carlos se podían contar, con los dedos de las manos, los caminos en buen estado.
“Lo que habían eran trillos de montaña, impasables en el invierno”, recuerda la madrina, que hoy sigue ordeñando vacas, produciendo queso, frutas y plantas medicinales sin más ayudante que sus callosas manos.
Cierra sus ojos, como si intentara frenar la salida de lágrimas, cuando recuerda que muchas noches y madrugadas debió interrumpir su descanso para bajo torrenciales aguaceros, intensas rayerías, ríos y quebradas desbordadas, correr a atender mujeres que estaban a poco de parir.
“Unas 10 veces estuve a punto de que la corriente del caudaloso río Kooper me arrastrara junto con el caballo. Sentí como si tuviera la muerte a mi espalda, pero no podía echar atrás, pues había vidas que salvar.
“Cada vez que nacía un nuevo ser, agradecía a Dios por el don de la vida, por hacer posible que superara el peligro”, concluyó.