Jamás imaginó vivir allá. No era lo mismo visitar de vez en cuando un pequeño y paupérrimo país africano que instalarse definitivamente; dejar atrás las comodidades para residir en un sitio sin agua y sin electricidad.
El calor insoportable y la humedad de Guinea Bissau, nación al oeste de África, fueron dos de los obstáculos que la tica Maritza Álvarez venció para entregarse a los niños necesitados. Sin quererlo, sus planes fueron cambiando.
La frase romántica de que “el amor todo lo puede” se materializó con el cariño de los 135 pequeños que viven hoy en Casa Emanuel (fundada hace 15 años por las ticas Isabel Johanning y Eugenia Castro). Eso la convenció de que su misión estaba ahí y hace tres años decidió dejarlo todo.
“No tenía en mi mente ser parte de esa misión, pero comencé con una inquietud. Luché con la idea de pensionarme e irme a vivir a una playa en Costa Rica. Al final dije: tengo que quedarme”, explicó Álvarez, quien disfruta de unas vacaciones aquí.
Fue profesora de inglés 30 años en Estados Unidos y para irse a África se pensionó 10 años antes.
Primer feria científica
Álvarez es la directora del Colegio del Hogar, ubicado en la aldea Hafia, donde 60 jóvenes estudian y se preparan para, algún día, hacer frente a sus vidas.
Aunque en un principio tenían una enorme lista de carencias, poco a poco se fueron fortaleciendo a tal punto que hace dos años realizaron la primera feria científica.
Quizás no suene sorprendente porque en Costa Rica es común, pero allá era la primera que se efectuaba en la historia del país.
“Fue difícil, pero la hicimos. En nuestros países damos estas cosas por un hecho, pero allá era algo nuevo; increíble”, indicó.
Salvados de la muerte
Isabel Johanning, la fundadora, arrebata a los niños de las garras de la muerte que muchas veces llega por padres o familiares. En Guinea Bissau si la madre muere, matan al menor porque creen que es un demonio. Igual si nace con alguna discapacidad.
A los pequeños les abandonan en enormes hormigueros hasta fallecer. Sin embargo, gracias al amor de Johanning y las demás misioneras ticas y voluntarios, muchos se han salvado de morir.
Gabriel, un muchacho sin brazos y con un problema en una de sus piernas, es un ejemplo de ello. Él estaba destinado a morir en un hormiguero, pero hoy vive más que feliz en Casa Emanuel.
“Es satisfactorio servir a Dios y educar a los niños, pero ha sido un sacrificio. Si Dios no me ayudara, sería muy difícil”, relató.
A los menores también los salvan de fallecer desnutridos. Álvarez recuerda a Amado, un niño de cinco meses y con cinco kilos de peso. El infante no podía ni tragar, pero hoy es un niño robusto de 7 años. “Valió la pena”, dijo.
Aún no piensa en dejar Guinea Bissau, pero tampoco se impone un plazo, pues afirma que será Dios quien le señalará cuándo será el momento de volver.
Una aldea más allá
A pesar de las carencias, las misioneras no se limitan y tienen como meta crear una aldea exclusiva para niños con discapacidad que se llamará “Capullo”.
“Un día los niños llegarán a la presencia de Dios completamente sanos y entonces nos veremos en esa otra aldea”, aseguró.
Además, planean que los más grandes se entrenen en alguna vocación para que cuando deban salir del hogar, a los 18 años, puedan trabajar e incluso continuar sus estudios y salir de ese triste país.
La casa se mantiene con donaciones y de lo “que Dios repare”. Por eso si desea ayudar puede escribir al correo www.casaemanuel@hotmail.com