Presbítero
asaenz@liturgo.org.
Hoy tenemos otra parábola sobre el reino de los cielos. El Señor lo compara con las bodas del hijo del rey, y el banquete que ofrece a invitados.
Pero qué calamidad, todo estaba listo y los invitados no asistieron. Tal angustia nos hace preguntarnos: ¿qué cree esa gente de su Señor?, ¿cómo lo ofenden así?
Respondería violento enviando soldados a destruirlos. Pero el banquete sigue preparado y debe ser disfrutado.
La parábola de Jesús nos recuerda cómo Dios ofreció al pueblo elegido el banquete de su amistad y compañía. Pero rechazaron la alianza que Dios ofrecía. Y Dios envía emisarios a traer gente de todas partes, a todo el que quiera disfrutar su banquete. Allí, claro, entramos nosotros, como quien dice, por casualidad.
La convocatoria de Dios es maravillosa y nosotros la apreciamos. Pero nos desconcierta. El rey entra en la sala del banquete, que ahora luce repleta de gente de todo tipo. Se topa con uno que no viste traje de fiesta y lo manda castigar.
Y uno se pregunta, “si te llaman de improviso, ¿cómo llevar traje de fiesta?” Los biblistas aseguran que en los palacios en Oriente había ropas para que todos pudieran vestirlas. Si aquel hombre no estaba vestido fue por decisión. Los criados llamaron a buenos y malos y todos entramos, pero si hay impedimento, debe corregirse. Aquel invitado lo menospreció y al Señor, no quiso dejarse transformarse. Por eso lo castigan. Fuimos llamados por Dios al banquete de bodas de su hijo. Sepamos vestir la ropa que el mismo rey nos ofrece, reconciliación, santidad, compasión, rectitud; dejémonos transformar por su amor. Entonces podremos gozar del banquete y vivir, disfrutando de la presencia del Rey por la eternidad. Porque: “muchos son los llamados y pocos los elegidos”.
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