Los niños dormirán sanos, secos y seguros; los animales estarán en buenas manos; habrá un pan caliente en cada mesa y no le faltará a nadie la esperanza.
Los presidentes y los países por encima de sus fronteras, encontrarán acuerdos en lugar de reglamentos y los contribuyentes despertarán de su letargo y conscientes, harán el aporte justo y transparente luego de propuestas coherentes y oportunas de quienes administran y gobiernan.
Se construirán escuelas, hospitales y albergues y probablemente el plan de pensiones no se verá amenazado por ninguna crisis ni manoseos oscuros.
Habrá trabajo para los que tienen canas y ganas, consecuencias para los que hacen daño y leyes prontas y cumplidas para quienes creen que la sociedad es un campo de fútbol sin marcas ni pitazos.
Poner la cabeza en la almohada será un premio al final de la jornada y no un momento de zozobra y angustia para los que sufren de insomnio, que por cierto, será una enfermedad olvidada como la tristeza, la depresión y la melancolía y para curarse, de alguna parte habrá recursos, porque seremos solidarios y constantes en principios y creencias.
No estoy loca. Estoy contenta.
Mi hija regresó al país después de cinco meses de no verla y cuando la abracé, sentí lo mismo que deben sentir los rompecabezas cuando los arman: estuve completa.
Pero ¿saben qué? La vida debería ser siempre así y no como una cuesta. Estos diminutos momentos llenos de luz son los que nos cargan las pilas para sobrevivir el resto y por eso nos aferramos a ellos como náufragos a una tabla, para no morir en el intento.
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“Ya no me desespero por fumar”