Nacionales
Domingo 10 de junio de 2012, Costa Rica

Son amables y no piden nada a cambio

Personajes de fábula llenan de color a ciudades y pueblos

Nicolás Aguilar R.

naguilar@nacion.com

Todos recordamos uno o varios personajes que marcaron nuestra infancia y juventud.

Eran hombres y mujeres de aspecto extraño, desgreñados algunos, mal hablados otros, de “pocas pulgas” unos, pero siempre pintorescos, buenos y muy queridos.

Fueron parte inequívoca de ese espacio multicolor en el que fuimos creciendo y madurando hasta que dejamos atrás los juegos inocentes y las carreras.

Atrás quedaron locas correrías, las bromas, a veces pasadas de tono, las risas desbocadas, con amigos entrañables como Teresa La Loca”, “Sanipine”, “Tarzán”, Guiligan”, “Toño El Renco”, “Pirulo”, “Azulejo” y “Tizón”.

Se trata de personas comunes que un buen día “cruzaron la acera”, por alguna razón el mundo ya no les importaba, y desde ese mismo momento fueron felices.

Algunos se pasan el día vociferando contra las injusticias en los parques y terminales de buses.

Otros deambulan con un bolso al hombro, en el que llevan todas sus pertenencias, y saludan amablemente a todos, sin pedir nada a cambio, solo esperando una sonrisa de respuesta.

Risas gratuitas

No cobran nada. Siempre provocan risas gratis, aunque tengan hambre o les duela algo.

Estos seres humanos, joviales, alegres, son casi siempre víctimas de bromas, algunas de mal gusto, pero siempre vuelven al mismo lugar, a la misma gente, como si se disfrutaran también de las risas que provocan a su paso, como si amaran frenética y locamente hacer feliz a los demás.

Muchos son niños grandes, el aspecto descuidado, despreocupados, sin ataduras, personas de buenos sentimientos que de pronto se negarona crecer, solo para ser plenamente felices todos los días. Sobreviven regalando risas.

Colaboraron: Kathy Chavarría, Fernando Gutiérrez, Jorge Calderón, Carlos Vargas, corresponsales de Grupo Nación (GN)

Anciano sobrevive en transitada esquina

“No crea que siempre estuve aquí. Yo trabajé toda mi vida con ganado, allá en una finca en Montecillos. Ya estoy viejo y busco los cincos como sea porque pago casa, agua, luz y comida”, afirma Miguel Ángel Guillén Estrada, de 78 años.

Tiene los anteojos maltrechos, la sonrisa tímida, pero es muy popular y querido a fuerza de necesidad, a la entrada de Alajuela, frente a la antigua “Toyota”.

Todos los días, puntual como antiguo reloj de cuerda, camina más de dos kilómetros para recoger dinero en un tarrito que sostiene en su mano derecha. “Yo no pido, la gente me da lo que guste, nunca los molesto”, asegura sonriente.

“Adiós don Miguel, ahí le dejo alguito”, le grita el chofer de un camión alargando su brazo con unas monedas. “Hay gente que me hecha arandelas y botones al tarrito, yo los veo y me da mucha risa”, exclama el anciano, sin dejar de mirar la fila de carros que pasa con choferes y ocupantes despreocupados y serios. “Yo no pierdo la fe, hay personas buenas, Dios las manda”, añade.

El limpia botas y marimbero del parque

Heriberto Soto Saborío limpia zapatos desde hace 60 años en el parque central de Alajuela, donde permanece hasta 16 horas por día, pero casi nadie lo conoce por su nombre.

Lo llaman “El Marimbero” y no le molesta porque, según dice, “es mi segunda profesión”.

En efecto, Soto es el más veterano lustrador de zapatos de Alajuela y todos lo saludan. “Soy casado, tengo siete hijos y 15 nietos”, afirma mientras acomoda cepillos y latas con betún luego de despedirse de uno de sus clientes.

Hasta hace poco tiempo cobraba ¢500 por un par de zapatos que deja, según dice, “como un espejo”, pero tuvo que subir el precio a ¢700 porque “todo está muy caro y hay que comer.

“Llevo más de 60 años y no me arrepiento. He conocido mucha gente y sé que me quieren. Le he limpiado los zapatos a Gobernadores, también a Ministros”, se ufana con orgullo en sus ojos. Su segunda pasión es la marimba. “Toco boleros, típicas, cumbias y guarachas, lo que sea”, exclama mientras saluda a quienes pasan a su lado.

Es Supermán, a veces payaso y San Nicolás

Es lo que desea ser. Supermán, payaso y hasta San Nicolás.

Gerardo Vargas Ramírez, de 65 años, se jacta de ser más posiblemente un poco más conocido que la pobreza. Es un hombre feliz.

“A veces padezco de depresiones y entonces me disfrazo de personajes buenos, de esos que hacen algo por el prójimo, y me vuelve la alegría”, expresa mientras se pasea, vestido de Supermán, frente a las Ruinas de Cartago.

El “hombre de acero” aprovecha con frecuencia su “fama” para apoyar causas justas, casi siempre protestas callejeras para la construcción de algún puente o mejores salarios.

“Este personaje me quita las tristezas”, afirma Vargas, quien también disfruta en el traje multicolor de payaso. A mediados de diciembre, “es algo especial”, encarna a San Nicolás y recoge juguetes para los niños pobres. Mucha gente lo detiene y lo saluda cariñosamente pero lo que más disfruta es cuando le piden permiso para tomarse una fotografía a su lado. El Supermán tico es feliz.

Don Hubert es cacique y colacho

En Paraíso de Cartago lo quieren y admiran por su don de gentes pero especialmente por dos personajes que encarna desde la década de los 70: Un cacique y un colacho.

Se trata de Hubert Barquero quien trabajó muchos años como conserje de la escuela Eugenio Corrales de esa localidad.

Un buen día apareció con pintoresco traje indígena y, desde entonces, es un personaje, alegre, imprescindible.

Se viste de indígena especialmente para acompañar a la Virgen de Ujarrás, Primera Patrona de Costa Rica, cuando desde su Santuario, en Paraíso, la bajan en procesión hasta el llamado Valle de Ujarrás, donde estuvo su primera ermita, en tiempos de la colonia.

Y en diciembre, llueva o truene, encarna a “San Nicolás”, para repartir juguetes entre niños de familias pobres de la localidad.

Para ello, sin importarle largas caminatas, asoleadas o aguaceros, recorre la localidad en busca de regalos que luego distribuye, siempre alegre, siempre agradecido.

“El vestirme así, aunque algunos me vean con extrañeza, es porque siempre le doy gracias a la Virgen, porque siendo de una familia muy pobre, nunca faltó el alimento en nuestra casa”, indicó Hubert.

De “colacho” con más razón hace lo que sea por los niños.

Estela dice sus verdades a gritos en parque central de Turrialba

Estela Paniagua Vega de 48 años, es una mujer llena de coraje, sin vergüenza, valiente.

Ella dice sus verdades, a veces a gritos, en el parque Quesada Casal de Turrialba, sin importarle que piense la gente o la policía.

Es un personaje que ocupa ya un lugar importante de la vida de los turrialbeños y, aunque en ocasiones también dice “palabrotas”, no molesta ni hace daño a nadie.

La precedieron “Sanipine”, “Tarzán” y “Guiligan”, entre otros personajes pintorescos que recorrían las calles haciendo reír, también corriendo a chicos y grandes.

Ella da largos discursos ante una multitud imaginaria, con gestos de manos, alzando la voz, apasionada, por momentos explosiva. A veces habla de política, también de Dios o de los pecados y sus actores.

Casi nunca se le encuentra sola. Siempre la acompañan sus perros consentidos, “Koqui” y “Gordo”, los que se sientan a su lado para escuchar sus encendidos discursos.

Paniagua creció en el barrio La Fortuna, donde vive aún y quienes la conocieron la recuerdan como una persona amable y sensible. Vive en su propio mundo y es feliz.

Vino de Panamá para convertirse en reciclador estrella de Liberia

El color oscuro de su piel no solo es herencia de sus padres panameños y abuelos jamaiquinos, es también evidencia de su arduo trabajo bajo el ardiente sol.

Jaime Alonso Ramsey es personaje cotidiano de las calles de Liberia, Guanacaste, las que recorre de día y de noche en busca de botellas de plástico, empaques de tetrabrick, latas y cualquier cosa que pueda ser reciclada.

Tiene 48 años, vino de Panamá a probar suerte en esta labor, y aunque lo intentó en Limón y Cartago, fue la Ciudad Blanca la que le cautivó finalmente. Aquí, la familia de Felo Rivera le prestó un predio para que almacenara lo que recogía y luego lo pudiera vender. “En 6 años puedo hacer unos ¢6 millones, envié una parte a mi familia en Panamá, y lo otro para arreglar la carreta y para comprarme cosas para mí, como botas”, dice el sonriente “Black”, como lo conocen los guanacastectos. Fue el primero que se atrevió a recoger “cachibaches” en Liberia y hoy mucha gente lo aprecia y respeta. “Soy feliz y estoy muy satisfecho con lo que hago. Yo le explico a la gente qué hacer con estas botellas”, afirma con evidente orgullo.