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Domingo 24 de julio de 2011, San José, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz, presbítero

presbíteroasaenz@liturgo.org.

¿Sabemos acaso qué es el reino de los cielos? El reino es esencial para Jesús. Anunciarlo fue su tarea más urgente y la nuestra.

El evangelio nos revela que el reino es el amor con que Dios nos ama a pesar de nuestra debilidad.

Debemos buscar siempre ese reino, el cual se identifica con Cristo, amor de Dios hecho carne. Por ello el Señor insiste en hablarnos de esto por su urgencia. Y hoy usa parábolas para ello.

Es muy urgente buscar el reino cada día. Jesús lo plantea como un tesoro. ¿A quién no le gustaría encontrar un tesoro escondido en una isla, en un campo, en una casa vieja, como “botija” de la infancia? Pues el reino de los cielos es como un tesoro que todos buscan. El que lo encuentra sabe lo que vale y quiere poseerlo. Y como está enterrado en un campo, debe comprar el campo, vendiendo todo lo que tiene. No compra el tesoro sino el campo para tener el tesoro. Acaso sea caro y no valga mucho la pena, pero pagará su precio porque el tesoro es inmenso. Venderá lo que tiene porque, en comparación con el tesoro, nada vale.

El reino es como una perla excepcional. Yo no sé de perlas, pero el de la parábola es experto y la reconoce porque la andaba buscando. También vende todo lo que tiene y la compra.

El reino es también comparado con una red a la que nada se puede resistir, pero luego lo recogido se somete a escogencia: bueno se conserva y lo malo se desecha.

El reino se hace el encontradizo, podemos hallarlo en cualquier momento, pero hay que desarrollar dos actitudes: capacidad de reconocerlo y decisión para venderlo todo y adquirirlo, porque supera con creces cualquier cosa.

Poder reconocer el reino y adquirirlo produce felicidad a los de las parábolas. Y nosotros, ¿podremos apreciar el valor del reino cuando lo hallemos? Revisemos nuestra intimidad con Cristo. Si lo conocemos y amamos de verdad, lo reconoceremos al hallarlo y estaremos dispuestos a darlo todo por Él.